Desde sus experimentados siete años, Riki le preguntó al inocente de seis, si estaba avivado.
Sí, respondió rápidamente Ezequiel. Le daba miedo decir que no.
Y además, si respiraba, tenía hambre y le gustaba jugar a la pelota, que otra cosa que avivado podía estar.
Viéndolo vulnerable, Riki sacó el dardo: y, sabés que Papá Noel y los Reyes Magos son los padres?
Ezequiel fue explícito: claro… qué te pensás..!, cómo no lo voy a saber!
Entonces Riki apuntó mejor, y le preguntó si a él ya se le…
-Pará! Lo frenó Ezequiel. Me tengo que ir.
Se dio media vuelta y, lentamente, dejó la habitación de su vecinito, bajó las escaleras, abrió la puerta y salió de la casa.
Recorrió, sin apuro, los pocos pasos que lo separaban de la suya, y golpeó la puerta.
Abrió doña Elvira, que preguntó sorprendida: qué pasó? Te peleaste?
Ezequiel negó con la cabeza, mientras caminaba hasta su cuarto.
Se sentó en la cama y, mirando fijo hacia ninguna parte, lloró. Lloró. Lloró. Lloró.
Lloró con una congoja que nunca antes había sentido, y que jamás volvería a sentir. Una congoja que le oprimía el pecho y le quitaba el aire. Y con un dolor intransferible. Muy fuerte. Mucho más, que cuando se cayó de la hamaca y la sangre brotaba de la frente, incontenible.
Lo que se había quebrado ahora, ya no tenía reparación.
Lloró y lloró, entonces, dejando que el llanto lo sacudiera, que los mocos se desplazaran sin obstáculos por la camisa, el pantalón, los zapatos y, en el piso, se convirtieran en charquito.
Y lloró, lloró, hasta que, de pronto, se detuvo el espasmo, y la última lágrima cayó.
Ezequiel parpadeó, se secó con el dorso, se sorbió los mocos, se levantó de la cama, y fue hasta el rincón donde estaba la caja que contenía sus juguetes.
Buscó, y del interior tomó una pelota. La de goma, la mediana, la rayada marrón y amarillo, una de sus preferidas.
La que le habían dejado los Reyes hacía un par de años.
Haciéndola picar, encaró hacia la puerta de calle. Dio los pocos pasos que separaban su casa de la de los vecinos.
Se detuvo. Apuntó, Y con toda la fuerza que el niño interrumpido ahora tenía, la arrojó contra la ventana del cuarto de Riki. Como una piedra.
O, mejor… como un dardo.
OPINIONES Y COMENTARIOS