— Voy a pedirles un Atari.
— Mirá que son caros. A José se lo prometieron para el cumpleaños.
— Me dijo, pero él cumple en agosto y si me lo traen, podremos jugar antes.
— Mirá, yo tengo una tele chica, y podemos conectarlo. Es en blanco y negro pero se ve bien.
— Mamá me dijo que mejor en la carta les propusiera a los Reyes un trueque… cambiar una cosa por otra.
— Tendría que ser algo que pueda usar un niño más pequeño.
— ¿Qué tal la piscina de cuando éramos chicos?
—Es muy pesada … y además está enterrada.
—Y eso ¿qué tiene? El avión de los Reyes pasa todos los días bajito por el jardín. Le pongo un letrero como esos de «Se vende» que les ponen a las casas pero que diga:
— ¡Está bueno! Además ellos pueden bajar unas cuerdas y arrancar la piscina del suelo.
—¿Creés que de noche puedan hacerlo con el avión?
— Supongo que sí, acordate que son magos y dicen que ellos siempre traen lo que les piden.
El 5 de enero era el cumpleaños de Jessi y fueron a felicitarla. Su papá les preparó hamburguesas y su mamá, una torta deliciosa.
Ese año, Joaquín volvió a su casa más temprano. Laurita lo acompañó. Cuando llegaron encontraron un enorme pozo en el fondo. La piscina no estaba.
Joaquín se alegró. «Es buena señal» — pensó. «Casi seguro que esta noche me traen el Atari.»
Laurita estaba sorprendida. Su amigo tenía fama de saber negociar…¿pero con los Reyes? ¡no era pavada!
— Dejale pasto y agua para los camellos y tres alfajores para ellos.
— ¡Tá!
Antes de entrar a su casa Joaquín se trepó por la reja y miró arriba del techo.
— ¡Ahí está mi piscina! Pero mejor no digo nada que la vi—pensó.
Cuando se despertó encontró en sus zapatos el Atari que quería.
Por mucho tiempo Joaquín no se subió a mirar la azotea ni dijo nada de lo que había visto.
Al año siguiente no escribió carta. Les dijo a todos que él sería Melchor y se encargó de dejar un regalo en los zapatos de su mamá.
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