CAPITULO I
ORIGEN y FE
Creo en vos DIOS
aunque sé que no EXISTES.
Porqué si creo en el sol,
Porqué si creo en la flor,
habrá luz y calor,
habrá perfume y color.
Creo en vos DIOS hermano
porqué sos vos
el que me ayuda cuando me caigo
¡Ya sé que no es EL¡
Yo sé que no EXISTE.
Déjenme con mi extraña fe,
feliz y engañado vivir como sé,
déjenme…. ya sé,
DIOS no EXISTE……pero ES.
En los albores de mi adolescencia, el “mono” Sotelo Borderes me entusiasmó con la lectura de la filosofía, allá en la “Sucursal del Cielo” como se conoce a mi pueblo natal y entre tantas cosas que leímos en el refugio de su pieza escuchando a Gieco, al “flaco” Spinetta, Hendrix, Led Zeppelín o Deep Purple, se encontraba este poema que nunca supe quién lo escribió.
Finalizada la secundaria él partió a La Plata a estudiar filosofía y yo a Corrientes a cumplir con el mandato de la clase media: tener un título universitario.
Papá bohemio y mamá docente, mezcla explosiva por las miradas diferentes en cuanto al orden de importancia que tenían para nuestra formación y nuestro futuro el culto a la amistad, el desinterés por lo material, la solidaridad, el cumplimiento de la palabra, la formación profesional, la responsabilidad.
Creo que por suerte nuestros ADN tienen dosis muy equilibradas de las inquietudes de mi madre y de la bonhomía y bohemia de mi padre. Fue esa parte de bohemia la que me empujó a la búsqueda despreocupada de las verdades de la vida y al culto absoluto de la amistad hasta que, en un punto, la visión de mi madre respecto al futuro adquirió preponderancia y me tomé el tren a Corrientes.
Rápidamente quedaron atrás los delirios del ser o del no ser y me metí de lleno en la aventura universitaria y, entre las tantas cosas que quedaron desatendidas y olvidadas en algún rincón con telarañas de mi cabeza adolescente, se encontraba esta poesía hasta que…
CAPITULO II
FRANCISCO, SU MAMA y “EL CHENTE”
En Corrientes, me reencontré con mi hermano mellizo que, varios años antes, había salido de la “Sucursal del Cielo” para terminar la secundaria, internado en una escuela agropecuaria, y al concluir, ingresó a la Facultad de Veterinaria. Las características de su carrera determinaron que la mayor parte del tiempo use un amplio guardapolvo blanco, el que junto con su figura de un metro setenta, flaco de barba y pelo largo le daban un aspecto muy semejante a aquel que murió en la cruz y rápidamente el de “Jesús” fue uno de sus apodos.
Pasamos un muy un corto tiempo viviendo en pensiones, pronto decidimos alquilar una casa junto con otros amigos, para que sea nuestro propio espacio, nuestro propio universo. La casa era amplia, luminosa, con un living-comedor grande, tres piezas, baño, cocina, un amplio patio y una loza hecha, seguramente, con la esperanza de algún día construir uno u dos pisos más. Sorteamos las habitaciones y en la grande nos ubicamos los hermanos mellizos, en la del medio Juan Carlos y el “enano” Gazzo y en la de atrás Marito y el “mono” Tognola. El “mono” era el único de los habitantes de la casa que no era de la “Sucursal del Cielo”. Estábamos muy contentos con nuestra casa, tanto que hasta le dimos un nombre: “Casablanca”.
Enfrente de Casablanca había una manzana con innumerables casas que no respetaban ningún tipo de urbanización y sobre la cual circulaban versiones respecto de la calidad de sus habitantes, algunas tenebrosas, oscuras que relacionaban a los mismos con el lado más temible y sórdido de los seres humanos. Se comentaba que había ladrones, borrachos, prostitutas y hasta asesinos.
No pasó mucho tiempo hasta que nos dimos cuenta que gran parte de las versiones eran infundadas, si existía una gran pobreza, la que en la mayoría de los casos iba asociada a un alto nivel de ignorancia que a su vez llevaba a que nuestros vecinos tengan pautas culturales muchas veces no compatibles –según nuestra visión de clase media-con el siglo en que vivíamos.
Una de las cosas típicas de nuestros vecinos era la gran cantidad de hijos que tenían las familias. Con suerte muchos de ellos eran de un mismo padre y éste a su vez convivía con la madre. En otros casos el padre era ausente –algunos presos, otros fueron a probar suerte a Buenos Aires y se “olvidaron de su familia” – y en algunos casos era padre y abuelo a la vez, taxativa y no figuradamente hablando.
Una de esas familias numerosas estaba formada por Cleto, que era el proveedor de la familia con su actual profesión de albañil, su esposa (se habían casado por civil y por iglesia en Colonia Carlos Pellegrini donde vivieron hasta que las leyes lo obligaron a dejar su oficio de mariscador y vinieron a la capital para mantener a los tres hijos que ya tenían) y sus actuales ocho hijos –cuatro varones y cuatro mujeres-, el mayor de quince años y la menor de sólo meses.
El hijo mayor se llamaba Francisco y era un adolescente retraído, sin amigos, siempre acompañado de un perro al que él llamaba “el chente”. Rápidamente se enchamigó con mi hermano, quizás porqué se enteró que estudiaba veterinaria y veía con que amor y paciencia trataba a los perros –todo lo contrario a mí que cuando más lejos están, mejor-.
“El chente” era de raza indefinida, oriundo como la mayor parte de la familia de los Esteros del Iberá, y nació –según cuenta Francisco, el mismo día que él- un 29 de febrero de 1970. Es decir que para un perro, era una edad avanzada la que tenía al momento de desarrollarse los hechos que estoy relatando, podría hasta decirse que era muy longevo.
La mamá de Francisco era una agradable mujer que aparentaba tener unos muy bien llevados cincuenta años. Menuda fue la sorpresa que tuvimos cuando, al tiempo de conocernos y festejando el cumpleaños de alguno de la casa, en un asado hablando de bueyes perdidos, al preguntarle la edad nos contestó que tenía solamente treinta y dos años, pero como le habían anotado dos años después que nació, en su documento figuraba que tenía treinta.
No salíamos todavía de nuestro asombro, cuando las mellizas le preguntaron cómo se había conocido con su esposo y todas esas cosas que les gustan saber a las mujeres. (Me había olvidado contarles que para esa época los mellizos andábamos de novio con dos hermanas mellizas que estudiaban medicina y que se hicieron muy amigas de la mamá de Francisco y ella les correspondía con su absoluta confianza y les hacía –a las “doctoritas” como las llamaba- depositarias de sus secretos más íntimos.)
Decía que no salíamos de nuestro asombro cuando la respuesta de la mamá fue: ”Yo ya les conté que había nacido el Laguna Galarza y que el padre de los guríses era mariscador y que siempre lo miraba pasar con su canoa, hasta que un día yo estaba lavando en la orilla de la laguna y él paró la canoa y sin bajar me preguntó -¿Queré vení a vivir conmigo?-, yo le miré y le pregunté a mi vez -¿No me vas a pegar vó?, entoncé él serio, con cara de ofendido me dijo –No pué- y ahí nomás yo le dije –Bueno y me subí a la canoa y me fui con él.”
Sin salir de nuestra sorpresa por el modo o quizás por la simpleza y la naturalidad con que contaba cómo había decidido vivir con él y sabiendo que en realidad ella estaba legalmente casada, las chicas le volvieron a preguntar cuándo se había casado con papeles y por iglesia. Su respuesta no fue menos simple, comentó que rápidamente quedó embarazada y que la preñez “no fue fácil, parece que el gurí no quería quedar”, se fue a hacer ver en una salita en Colonia Carlos Pellegrini en la que había un médico muy exigente (“mal llevado” fue su expresión) y que le dijo que no le iba atender sino estaba casada como Dios manda y que medio le obligó a que vaya por la iglesia y por el registro civil cosa que el Cleto y ella hicieron rápidamente. Contó además, que inmediatamente de nacido el Francisco, ella volvió a quedar embarazada de la “mayora” de sus hijas y que después que nació, ahí nomás volvió a quedar embarazada del segundo de los varoncitos y que cuando nació éste, fue el tiempo en el que el Cleto no pudo trabajar más de mariscador por culpa de “la ley de la reserva de los estancieros” y se tuvieron que mudar.
“Primero me regresé con los tres chicos a Galarza y el Cleto entró a trabajar en una estancia, donde rápidamente se “desgració” con el capataz y este le denunció y entonces se tuvo que ir a changuear a Curuzú Cuatiá y recién me vino a buscar cuando el Francisco tenía como siete u ocho años. Estuvimos muy poquito con mi mamá y pronto un amigo de el Cleto le dijo que en Corrientes había mucho trabajo de albañil porque los milicos estaban construyendo muchas casas. Juntamos nuestras pocas cositas y a nuestros tres hijos y nos venimo para acá.”
Las mellizas, en parte por su curiosidad de mujeres sin hijos y en parte por estar adquiriendo conocimientos médicos por la carrera que estaban cursando, volvieron a la carga con las preguntas y le inquirieron porque tenía tantos hijos. Se pusieron en la piel de dos médicas con experiencia y le aconsejaban respecto a la necesidad de que no tuviera más hijos, que ocho ya eran muchos, que debería cuidarse y que de seguir teniendo hijos podría, incluso, poner en riesgo su salud.
En ese punto quedaron las mujeres conversando entre ellas y la mamá de Francisco, por la confianza que tenía con las “doctoritas”, les comentó que su madre le había enseñado que debía siempre respetar a su hombre, que ella no quería tener más hijos y que en realidad siempre creyó que cuatro hijos, “dos pares de casales”, era el número ideal para una familia. Las chicas insistieron, preguntando porqué tuvo entonces ocho chicos y la respuesta las dejó pasmadas: “Yo la verdá trato de cuidarme, pero viene el hombre y me dice -Dese vuelta que la voy a necesitar-y yo le doy lo que e de él, eso sí ni me muevo, ¡pero igual quedo preñada¡”.
Cómo el ambiente era estimulante, dentro de las confesiones y luego de pedirles la más absoluta de las reservas, les confió que el Cleto era un buen hombre pero que los años, las penurias y la miseria lo fueron cambiando y que últimamente era cada vez más violento, quizás porque ya no había tanto trabajo y pasaba más tiempo sin hacer nada y la junta lo estaba “acorralando” en el alcohol. Tanto cambió, que ni se acuerda de la promesa de amor que le hizo cuando la invitó a vivir con él, cuando le prometió que no le iba a pegar (No pué) y cada vez que el “trago le puede, me desconoce y feo angá. En realidad yo le entiendo al hombre, porque es feo no poder alimentar a tu familia, los que me preocupan son los gurises y sobre todo el Francisco que ya empieza a ser un hombrecito y tengo miedo que se enfrente al padre”.
Cuando después del asado quedamos los cuatro solos y las mellizas comentaron la conversación, reflexionamos sobre la vida que llevaba, su pobreza, la gran cantidad de chicos que tenía, sobre el peso cultural que cargaba siendo en muchos casos sólo la sombra de “su”
hombre, que le llevaba a aguantarse los castigos que éste le propina o a obedecerlo cuando tiene necesidades sexuales e, incluso, no permitirse siquiera tener un orgasmo porque su ignorancia la llevaba a relacionar que, cuando los tuvo, éste fue el causante de sus embarazos.
Fue en este punto que comenzamos embrionariamente a entender porqué esta agradable mujer de unos, aparentemente, bien llevados cincuenta años, tenía en realidad treinta y dos. Y en ese momento percibimos que no sólo a la mamá de Francisco le ocurría esto, sino que muchas otras mujeres llevaban una vida similar, y que eso no era justo. Que nunca más cierta la frase “todo depende con el cristal con que se mire”, y que fue una bendición poder mirar con ese otro cristal para así, puestos en la situación del otro, del semejante, empezar a hacer algo al respecto.
También comenzamos a entender por qué Francisco, que de todos los chicos era el que más andaba por la casa, era un chico tímido, retraído y que nos haya comentado, en una de las pocas ocasiones que tuvimos alguna conversación, que él no creía en nadie ni en nada, porque si existiera algo, un Dios o algo semejante, éste tendría que haberse acordado de ellos, que no tendrían por qué vivir como vivían, que no era justo que otros tuvieran todo y ellos nada.
CAPITULO III
EL DRAMA DE FRANCISCO Y SU CONVERSION
El adolescente que se estaba convirtiendo, según su mamá, en hombrecito, el adolescente que renegaba de todas las creencias y que sólo creía en “el chente” porque él nunca le falló, porque siempre fue cariñoso y lo acompañaba desde que nació y vivían en los esteros, pronto tuvo una amarga experiencia.
“El chente” tenía ya quince años, pero quince años de perro que es como, en los humanos, tener noventa o cien años. Es por eso que comenzó a moverse con dificultad, chocaba todos los objetos que había en el camino, se negaba a comer, si comía devolvía la comida, ya no quería jugar y cuando se le insistía se ponía gruñón e incluso agresivo. Esto descolocó a Francisco y corrió a consultar al estudiante de veterinaria a, quizás, la única persona que podía entender lo que estaba pasando.
Mi hermano lo revisó y con infinita paciencia le manifestó lo que era evidente, que “el chente” se estaba muriendo, pero que como siempre fue muy fuerte la muerte sería un tránsito doloroso, lento, casi insoportable, de allí la reacción que tenía cada vez que se le propinaba cariño o se le incitaba a jugar. Le explicó que sería mejor para “el chente” que se le realizara la eutanasia, que se le ayudara a morir sin sufrimiento. Le explicó detalladamente como sería la forma y le dijo que él creía, como dicen los libros sagrados, que “todo tiene un tiempo bajo el sol” y que el tiempo de “el chente” se estaba terminando y que debería aceptarlo y que seguramente aquél en el que él no creía, tenía previsto algo hermoso para su perro y también para su dueño, su hermano, su amigo.
Francisco, con una mirada dura llena de desazón, miró a ese flaco de barba y pelo largo con un guardapolvo blanco grande que lo envolvía como una túnica, como si lo viera por primera vez y levantó a su perro con infinita ternura y salió lentamente de Casablanca.
Pasó un tiempo sin tiempo y regresó con el rostro sufrido, con marcas de haber llorado mucho, habló con mi hermano y le dijo simplemente –Lo que deba ser será, ya me despedí de “el chente”, hacelo– y antes de marcharse le entregó un arrugado papel con marcas de mil lecturas. Mi hermano lo abrió y leyó:
Creo en vos DIOS
aunque sé que no EXISTES.
Porqué si creo en el sol,
porqué si creo en la flor,
habrá luz y calor,
habrá perfume y color.
Creo en vos DIOS hermano
porqué sos vos
el que me ayuda cuando me caigo
¡Ya sé que no es EL¡
Yo sé que no EXISTE.
Déjenme con mi extraña fe,
feliz y engañado vivir como sé,
déjenme…. ya sé,
DIOS no EXISTE……pero ES.
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