El amanecer sobre la ciudad de Nueva Epsilon
era siempre el mismo. Un velo azul grisáceo colgaba sobre los rascacielos, reflejando los primeros rayos de luz en millones de ventanas. Las calles, sin embargo, ya estaban llenas de actividad. Los vehĂculos elĂ©ctricos deslizándose silenciosamente, las masas de ciudadanos dirigidos como esclavos sin mentes por la rutina, los mercados informales emergiendo entre los estrechos callejones. Era una ciudad que nunca dormĂa, un lugar donde la realidad urbana se fusionaba con la tecnologĂa de formas casi orgánicas. En lo más profundo de esta vasta urbe, en un edificio que se erguĂa entre los muchos que formaban parte del centro, se encontraba el Instituto ParaĂso. El nombre, era una ironĂa, era un centro de investigaciĂłn que ni siquiera los ciudadanos de Nueva Epsilon se preguntaban quĂ© era. El Dr. Gregorio Leonhardt, un fĂsico teĂłrico de renombre, habĂa pasado los Ăşltimos años de su vida recluido en este laboratorio. AquĂ, entre las vibrantes y oscuras entrañas de la ciudad, habĂa descubierto algo asombroso: la Constante 33. Este nĂşmero, aparentemente inofensivo, aparecĂa en todas las ecuaciones que regĂan el comportamiento del espacio-tiempo. Pero no solo era una constante matemática. Era algo más, algo que el Dr. Leonhardt aĂşn no podĂa comprender del todo.
—»Es la clave» —murmuraba Leonhardt, mientras miraba la ciudad a través de las enormes ventanas en que vislumbraba la vista desde el edificio—. «El 33 lo explica todo».
La ciudad, vista desde las alturas, parecĂa un tablero de ajedrez infinito, una red de luces y sombras, con sus ciudadanos moviĂ©ndose como peones en una partida cuyo final estaba fuera de su control. Y en el centro de esa partida, estaba Leonhardt, jugando con el destino. A su lado, Rhea Andrews, una especialista en inteligencia artificial, observaba las proyecciones con una mezcla de asombro y preocupaciĂłn. Ella era la mano derecha de Leonhardt, y aunque compartĂa su entusiasmo por los descubrimientos, comenzaba a dudar del camino que estaban tomando.
—»Gregorio, he estado revisando los datos» —dice Rhea, rompiendo el silencio—. «Las anomalĂas se están volviendo más frecuentes. Las fluctuaciones en la realidad no son solo en nuestras simulaciones. Algo está ocurriendo en la ciudad».
Leonhardt la mirĂł con una sonrisa confiada.
—»Es parte del proceso. Las realidades alternativas están empezando a filtrarse. No puedes manipular el espacio-tiempo sin esperar algunas… anomalĂas».
Rhea frunció el ceño. Expresando escepticismo.
—»Pero no son solo anomalĂas, Gregorio. Hay gente que ha comenzado a desaparecer. Y luego están los duplicados. He visto versiones de mĂ misma caminando por la ciudad. Esto va más allá de simples fluctuaciones».
Leonhardt se quedĂł en silencio por un momento, sus ojos fijos en la ciudad. Desde que habĂa comenzado los experimentos con la Constante 33, la ciudad misma parecĂa estar cambiando. Edificios aparecĂan y desaparecĂan. Calles enteras se doblaban en ángulos imposibles. Y las personas… bueno, algunas no volvĂan a ser las mismas. En ese preciso instante, Marcus Quinn, un piloto espacial retirado, entra en la sala de control. Su trabajo en el Instituto era probar las nuevas tecnologĂas desarrolladas por Leonhardt, pero desde que habĂa comenzado a experimentar con la tecnologĂa de salto temporal, habĂa sentido una creciente sensaciĂłn de inquietud.
—»Acabo de salir de una prueba en la zona sur de la ciudad” —dice Quinn, mientras se quitaba los guantes—. “Algo raro está pasando. Vi duplicados de personas en la calle, y no parecĂan ser hologramas. Eran… bien, reales».
Leonhardt se girĂł hacia Ă©l, con un entusiasmo casi febril.
—»¡Eso es perfecto, Marcus!. Eso significa que estamos avanzando. El 33 no es solo una constante. Es una puerta».
—»¿Una puerta a qué?» —pregunta Quinn, su tono está lleno de escepticismo.
Leonhardt sonrĂe.
—»A nuevos universos. A realidades alternativas que coexisten con la nuestra. Estamos en la cúspide de algo extraordinario”.
Mientras hablaba, la ciudad fuera de las pantallas holográficas parecĂa vibrar, como si la propia realidad se estuviera descomponiendo. Las luces de los rascacielos parpadeaban, y las sombras de los edificios se estiraban en formas grotescas. De pronto, David Becker, un matemático reciĂ©n reclutado por el Dr. Leonhardt, entra en la sala, con su rostro pálido y sudoroso. Llevaba semanas trabajando en las ecuaciones relacionadas con la Constante 33, y lo que habĂa descubierto lo tenĂa aterrorizado.
—¡Gregorio, debemos detener esto. El 33 no es solo una constante. Es un umbral!” —lo dice, respirando con dificultad—. «Si seguimos adelante, podrĂamos desatar algo que no podemos cambiar».
Leonhardt lo mirĂł con irritaciĂłn.
—»David, ¿acaso no lo ves? Ya hemos cruzado ese umbral. No hay vuelta atrás”.
De repente, las luces de la sala de computadoras, se apagaron, y un zumbido ensordecedor llenĂł el aire. Las pantallas holográficas parpadearon, mostrando fragmentos de realidades distorsionadas. Edificios de la ciudad desaparecĂan y reaparecĂan en diferentes lugares. Calles que no deberĂan existir se manifestaban de la nada, confirmando las observaciones de David. En medio de todo, una figura emergiĂł de la nada.
Era alta, casi humana, pero su piel brillaba con un resplandor irreal. Sus ojos eran dos pozos de oscuridad infinita, y cuando empieza a hablar, su voz resuena en las mentes de todos los presentes.
—»Nos has llamado, Gregorio» —dice la figura—. «Y hemos respondido».
Leonhardt retrocede del asombro.
—»Lo he logrado» —murmura—. «He abierto la puerta».
Rhea, Quinn y Becker observan con horror. La figura avanza lentamente, y con cada paso que da, la ciudad a su alrededor parecĂa cambiar, como si la realidad misma estuviera siendo moldeada a su paso.
—»¡Gregorio, debemos detenerlo!» —grita Rhea—. ¡A esto no Ăbamos!
Pero Leonhardt no escuchaba. Estaba hipnotizado por la presencia de la figura, convencido de que estaba presenciando un hito, el siguiente paso en la evoluciĂłn humana.
—»Esto es solo el principio» —dice Leonhardt, con una sonrisa enloquecida—. «La ciudad se convertirá en el nuevo epicentro de esta transformación». El 33 lo hará posible».
Pero la figura no comparte su entusiasmo. ExtendiĂł una mano, y la sala de control comienza a desintegrarse. Las paredes se desvanecen, y la ciudad que antes parecĂa tan sĂłlida se fragmenta en millones de piezas, como un rompecabezas que nunca podrĂa ser completado.
—»Tu ambición te ha cegado” —dice la figura—. “La realidad no es un juguete».
Con un Ăşltimo grito de desesperaciĂłn, Rhea, Quinn y Becker intentan escapar, pero las sombras los envuelven, la ciudad que conocĂan se desvanece para siempre.
La Constante 33 habĂa hecho su trabajo, Nueva Epsilon ya no existe.
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