La señora Elefoncina veía como sus nietos jugaban en sus celulares, ella curiosa quería saber que se sentiría tener un celular en sus manos. Ella tenía 100 años, había vivido todo un siglo, y aprendió muchas cosas, pero una de las cosas que más le costaba aprender era el uso de estos nuevos aparatos.

Su nieto le fue enseñando como se usaba el celular

— Ohhh, entonces solo debo presionar esto—dijo en voz alta la abuelita toda emocionada mientras aprendía como usar el celular.

Elefoncina había aprendido lo básico para manejar el celular, entonces ella empezó a mandar mensajes a sus lindos nietos. Ella se sentía dichosa de poder comunicarse con ellos continuamente. Sin embargo, un día le llego un mensaje de un número desconocido que le decía que le conocía y que era un viejo amigo.

—Qué? ¿Dice que lo conozco?, pero todos mis amigos están muertos— La abuelita se iba preguntando a ella misma.

El día viernes por la tarde, el número desconocido le volvió a mandar un mensaje, el mensaje decía que ella tenía que enviarle la foto más preciada que ella tuviera, la abuelita no entendía la situación, pero como no tenía mucho que hacer mando la foto de un anillo que le había regalado su difunto esposo. En cuanto envió la foto, el número desconocido le dijo que era un anillo lindo, pero demasiado viejo, así que le pregunto porque seguía conservando un anillo tan viejo.

—Eso no lo sabes tú? No importa que tan vieja sea la fruta, entre más vieja es mejor—La abuelita escribió eso en respuesta al mensaje del desconocido.

El desconocido le escribía todos los días a la abuelita, hasta el punto que ella se acostumbró de su compañía. El desconocido siempre le hacía las preguntas más absurdas a la abuelita, como ¿Por qué quieres a tus hijos si es que ellos son tan malos? ¿Cuánto tiempo crees que puedas vivir? ¿Eres mujer o varón, porque escribes como varón? ¿No te fastidia estar sola todos los días? ¿No preferirías estar muerta al igual que todos tus amigos?

Un día Elefoncina, se canso de tantos cuestionamientos, entonces decidió borrar el número del desconocido, el problema es que no sabía cómo, y le daba vergüenza preguntar a sus nietos, debido a que no quería que le vieran como una abuelita desactualizada. Entonces, ella simplemente boto su celular a la basura.

Pero, un día la llamaron a la puerta de su casa, entonces ella vio a un hombre de capucha negra, este le dijo porque no contestaba los mensajes y la abuelita exclamo
—Simplemente, hay que vivir la vida mientras haya, querida muerte—.

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