El poder de Dani.
De todos los mitos urbanos que conozco, o de todo lo anécdotico que he oído por ahí a través de los años; hay algunas historias que me sé y ahora me tocaron directamente. Y éste mito es de mis favoritos, veran, hay una personita especial qué ejecutava éste mitológico caso sin saber su poder.
Mi pequeño Dani king, sin yo saberlo, estaba convirtiendo un hilarante y jocoso hábito en su sello personal; les contaré que el muy amado Dani, se adelantaba a cada cumpleañero de la familia y apagaba las velas del pastel, ésto llenaba de risa a todos, éste arrebato gracioso de entonces no tenía relevancia, y en cada ocasión se volvían a prender las velas y que las apagaba el cumpleañero.
Pensaran, es algo común, y talvez lo sea; pero lo que descubrí escuchando a un aventurero de sombrero ancho y chaleco vistoso.
Ése buen día que conocí el mito que les traigo, que al oírlo supe que se refería a Dani, aunque eso que conocí por azar, era de no creer.
El mito.
El curioso sujeto del sombrero de cinta roja, contaba su historia a un par de mujeres en la sombra de un árbol del parque, yo que también me resguardaba del agobiante calor de ese dia de verano, escuche todo.
Decia: —ustedes no me creerán, pero yo tengo 159 años de edad, y no les vengo a vender nada, sólo quiero que escuchen mi historia.
Hace 150 años me perdí en la arboleda de las afueras de mi ciudad, en esos dos días queme perdí, un pequeño gato (Moncho) y su amigo un perro churoso (Aro), me ayudaron a no ser tragado por la espesura de la inmensa arboleda, me hablaron, me cuidaron y me proveyeron de sustento.
(Ahí una de las mujeres mormuro — embuste, los perros no hablan, menos los gatos). Y sin dejarla seguir su replica, dijo el muy lozano sujeto: todos hablamos con las mascotas, y los animales entienden, usted habla con Lucas su perro, (todos se sorprendieron por que la señora que lo interrumpió, corroboró con un gesto, su perro se llamaba Lucas), cuando tratamos con respecto y cariño a los animales, estamos más cerca del padre y ellos nos contentan a nuestras palabras con su lenguaje de animales, ahora en el día que les cuento, ese día, Moncho y Aro se despojaron de su lenguaje y adoptaron el mío, un niño de 9 años, y me contaron una regla que hoy me tiene así, con 159 años de vitalidad.
Todos se agolparon alrededor del curioso cuentero, sus palabras y forma de narrar, les gustó a todos era una fábula grandiosa y gratificante, hasta yo me envolví con su oratoria.
El continuo; —cuando se reúnen varios para celebrar un cumpleaños y apagar las velitas, ahí hay poder, mis nuevos amigos Aro y Moncho me contaron un secreto, si yo pago las velitas en el cumpleaños de otro, ahí ese año se suma a los míos ¡Sí! Es el poder en una velita. Yo sumé un año más desde ese día yo he apagado velitas en 139 cumpleaños, y apague las velas del festejado, y si no lo creen, quien de ustedes me invitará a su cumpleaños hoy. Y sonrió, así la multitud se disolvió.
Entre murmullos y muchos cuchicheos, toda ésa muchedumbre se alejaba del orador, que todos creyeron loco y al que parecía ninguno le creía, además ninguno lo invitó a su cumpleaños.
El presente.
Lo último que ví del insólito narrador fue un guiño de ojos que propinó al ver que había escuchado su narración, y desapareció entre la riada de gente de mi ciudad, en ese caluroso día en el parque. ¡¿Qué si le crei o no?! Pues ese día sólo seguí en mi asunto en la entidad bancaria que había ya abierto sus puertas.
Lo importante es que mi amado Dani king hacia lo que el narrador del sombrero contó a esas personas, qué su acto jocoso de apagar las velas en todas las reuniones de cumpleaños podrían llevar algo de verdad que ese mito narrado ese día, en aquel día del pasado en la sombra de aquella ceiba.
Hoy ya habiendo pasado tantos años desde ése día, ahí estaba mi muchacho, Dani como todo un adulto, grande, fuerte, con ojos muy sagaces y que denotaban gran inteligencia; pero su rasgo mas llamativo, y que todos notaban pronto, era su juvenil presencia, aun cuando era ya un hombre maduro, no aparentaba su edad, era un traga años como se dice coloquialmente. Entonces lo supe con certeza, cada que apagó una velita sumó un año más a su vida. En éso no tenía duda alguna. Y por que lo aseguró te preguntarás. Es que yo también me apodere del arte de apagar esas velitas y hoy tengo 120 años de edad.
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