Pagué la cuenta, besé a mi novia y salí del bar. Llamé al número que aparecía en Blablacar y al cabo de unos minutos llegó mi conductora en un Audi de color rojo. Una vez dentro del coche, la miré de soslayo e intuí que tenía unos treinta y tantos años. Sentía su mirada sobre mí y podría jurar que lo que estaba apunto de preguntarme ya lo había repasado varias veces en su cabeza:
—¿Qué pensarías si te digo que justo en este momento estamos en un salto cuántico?, —sonrió.
—Que estás loca —dije sin mirarla.
—¿Y si logro convencerte?
—Suerte con eso. Soy un pasajero incrédulo.
—“¡Vaya loca que me he ganado!”, pensé.
Escucha —prosiguió—: acabas de dejar a tu novia sentada aquel bar, aunque la verdad es que aun no sabes si siguen siendo novios o no. Acabáis de tener una discusión que os ha hecho pensar sobre la conveniencia de vuestra relación.
—¿Quieres que siga?
—Solo si me dices de qué hablábamos exactamente.
Ella, de su viaje a Italia dentro de una semana, de la ropa que usará para la ocasión, de recorrer en una vespa las calles de roma y tomarse fotos en la torre de Pisa; tú, en cambio, te hubieras conformado con que ella te deseara tanto como estar frente a la fontana de Trevi. Y, espera, aquí no termina todo; viniste a Madrid con la intención de pasar un buen tiempo con ella, salir a caminar, cenar juntos, tomarse unas copas, hablar mucho y tener buen sexo como solían hacerlo antes. Pero nada mas llegar, notaste su desinterés. La llamaste desde la estación del tren con la ilusión de encontrarla fuera, como habían acordado, abrazarla fuerte y besarla sin mediar palabras. Para tu sorpresa, te contestó desde su habitación y te dijo que la perdonaras porque se había quedado dormida.
La frialdad y la exactitud con la que hilaba cada palabra logró ponerme nervioso.
—Sea lo que sea que estés tramando con esto, te advierto que soy un tipo escéptico —dije en tono serio.
—Y sea lo que sea que pienses ahora de mí —aclaró ella—, ten por cierto que no soy vidente, ni bruja, ni nada que se le parezca. ¡Soy Ainoa, tu novia! Ésta es nuestra realidad ahora. Y no eres mi pasajero, eres el padre de nuestro hijo y no sé tú, pero yo muero por llegar y verlo.
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