—¿Si vas en tu coche y te encuentras con una puerta de plata y otra de oro en medio del camino, qué puerta abrirías primero? —pregunté, mientras me acomodaba en el asiento del copiloto.

Marc, el chico que conducía, me miró desconcertado, como si le hubiera preguntado sobre física cuántica. Nunca he sido buena con los acertijos, pero pensé que era una forma divertida de romper el hielo con un desconocido con el que compartiría las próximas horas.

—Supongo que la de plata. La mayoría elegiría el oro porque llama la atención, pero yo creo que lo simple suele ser la mejor opción.

—Buena respuesta, pero el acertijo tiene truco —dije, sonriendo misteriosa.

—Es que la plata está subestimada, ¿sabes? —respondió con entusiasmo, como si estuviera exponiendo una gran teoría—. La plata es sencilla, versátil y resistente, con propiedades que el oro no tiene, como su uso en medicina y tecnología. La plata es para el día a día; el oro, para impresionar. Además, se raya fácilmente, necesita más cuidados y es caro.

Su respuesta me sorprendió. De alguna manera, en medio de aquella conversación sobre metales, Marc había planteado algo mucho más profundo.

—Así que tú eres de los que prefieren lo funcional antes que lo ostentoso —concluí, intrigada.

—¿Y tú? ¿Eres más de oro o de plata?

Me encogí de hombros con una sonrisa.

—Creo que soy un poco de ambos. Hay días en los que me gusta llamar la atención y otros en los que prefiero pasar desapercibida.

Marc asintió, como si me entendiera a la perfección. La conversación fluyó con naturalidad, dejando atrás el oro y la plata, y saltando de un tema a otro: historias de viajes, decisiones espontáneas, experiencias pasadas y música que nos inspiraba. Entre risas y confidencias, el tiempo pasó volando, y antes de darnos cuenta, las luces de la ciudad ya aparecían en el horizonte.

Cuando Marc aparcó frente a mi destino, me giré hacia él con una sonrisa y un leve gesto de despedida, y mientras abría la puerta para bajarme, le lancé una última frase.

—Ah, y por cierto… la primera puerta que abres es la del coche.

Marc se quedó en silencio, procesando la respuesta, y luego estalló en una carcajada. Nos despedimos con una mirada cómplice. Sabía que, de algún modo, ninguno de los dos olvidaría este viaje.

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