La vida se vive un día a la vez y la mayor parte de nuestras desdichas las causa el apresuramiento o la desidia. Pensaba eso mientras buscaba desesperadamente un móvil para viajar a la casa de mis padres. No la estaban pasando nada bien y quise acompañarlos en este momento tan difícil de sus vidas. Separarse luego de 35 años de convivencia, les afectaba notablemente, me di cuenta porque cuando les hablaba, estaban mudos como nunca.
Conseguí solo un coche compartido con otras cuatro personas incluido el chofer y lo acepté de inmediato, no sería tan incómodo y seguro habría temas de conversación que me distrajeran y lo hicieran ameno.
Pues no, el silencio reinante podía verse y hasta cortarse con una navaja. Todos mirando sus celulares, creo que podrían haberlos conducido al mismo infierno y no se hubieran enterado.
No es ningún secreto que la tecnología nos ha apartado de lo natural, está en cada uno de nosotros no dejarlo de lado. El celular en las manos sin percatarse de los árboles, la brisa y el aroma de las flores me pareció una película de terror.
Como si hubiera viajado en metro, no dije ni una palabra al terminar el viaje, no se lo merecían, ni siquiera quien iba al volante que parecía un zombi con los ojos muy abiertos. Por su expresión, llegué a pensar que temiera quedarse dormido, pero cuando quise hablarle, no respondió.
Bajé a mi destino y abracé muy fuerte a mis padres que seguramente creyeron que fuera para darles ánimos, si ese fue el motivo inicial de acercarme pero en ese momento quería agradecerles haber puesto en mi educación, límites al acceso a las pantallas, ellos hicieron casi sin saberlo, lo correcto.
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