Voy en la ruta, en el asiento de atrás del auto (siempre en el derecho), mi mamá manejando y mi hermana al lado mío, escuchando los discos de Taylor Swift. Volviendo de hacer las compras de algún supermercado, porque es domingo y papá necesita cosas para hacer el asado.
– Ma, ¿subís el volumen? – se repite cada vez que una nueva canción empieza para que podamos cantarla fuerte y profesionalmente sin vergüenza.
Esa ruta siempre fue mi favorita. Los prados rodeando las sierras, siempre mostrando un color nuevo dependiendo de qué se haya sembrado esa temporada. Los árboles junto al camino, molinos de viento, vacas marrones y negras rumiando con los terneritos a su lado, tractores recorriendo los campos y, a lo lejos, algunos parapentistas volando delicadamente sobre la sierra.
– ¡Ese debe ser papá! – buscándolo entre los diferentes colores de los parapentes.
– No, para mí es el de allá. – señala mi hermana por la ventana del auto.
Ni siquiera estábamos seguras de sí papá había ido a volar ese día o de qué color era su parapente.
Una vez pasado el peaje y la vieja estación-almacén, sabíamos que estábamos cerca de casa. «¡Al fin!». Recorremos el boulevard con la laguna de fondo, como si una pintura estuviera delante de nuestros ojos: bajo el cielo celeste acompañado de unas nubes grandes y redondas, con sus sierras verdes detrás, los árboles, el muelle y los juncos que sobresalen del agua. Pensar que veía eso cada día al volver a casa.
Doblamos la primera curva y me preparo para bajar la ventana porque mi amiga Mercedes está en el patio de su casa y tengo que gritarle bien fuerte desde el auto para anunciar mi llegada. Me paro y saco medio cuerpo por la ventana mientras le grito y sacudo los brazos para que me vea, y ella me devuelve el saludo. «Listo, ahora me falta Luca», pienso y le pido a mamá que pase por su casa para completar el desfile de reencuentros.
Ahora soy yo la que maneja por aquella ruta, escuchando los discos de Taylor Swift, mirando por la ventana los prados que rodean las sierras, las vacas, los molinos, los parapentes. Recordando el fin del recorrido, la llegada a casa y mi abuela esperándonos con su ponchito marrón y sweater rojo, con mi hermano en brazos.
Ahora soy yo la que maneja por aquella ruta, pero esta vez diciendo adiós.
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