Nada es lo que parece

Nada es lo que parece

Como si me viera desde las nubes, ubicada en este automóvil con techo de cristal, a mis 50 años, estoy viviendo una experiencia enajenada. Junto al conductor, Daniel de unos 30 años, y dos chicos detrás nuestra de apenas 25, me siento como una abuela. Mi hija me ha metido en este coche compartiendo este viaje con 3 extraños… hablacar… lavacar… ay! Se que el nombre termina en car. La cuestión es que como no había autobús al pueblo de mi madre estoy sufriendo como una marciana.

“Y qué Carmen… a qué te dedicas?”. Y yo blablá y blablá, pero sintiéndome ausente. Y uno de los que está atrás… Hernando?… Fernando?… uy!… Bueno, que es un presuntuoso geólogo y que tiene un proyecto para poder aprovechar mejor un gas bajo tierra…. Y Anabel es psicóloga, pero muy rarita, es la más callada.

Curiosamente se acercó a mi oído y me preguntó si tenía hijos. Lo hizo con un tono tan dulce que me encantó contestarle. Me volví a enrollar. Esto no me gustó, me hacía sentir insegura y vieja.

¿Y qué estudian?… me preguntó Bernardo. Me sorprendió que al girarme me miraba a los ojos y esperaba mi respuesta. Yo no estaba acostumbrada a tal derecho, ni con mi hija, ni con mi ex. No sé cómo pero le contesté algo más tranquila, y me reconfortó. Noté que le interesó aquello que yo comentaba y replicó que a veces dudaba si estudiar lo mismo que ella. Lo hacía con tal franqueza con unos ojos tan abiertos… que te invitaban a entrar en ellos. Después se giró a su ventana y se quedó reflexivo. Aquella desnuda fragilidad me enterneció.

Poco a poco descendía al coche desde los cielos y pregunté: “Y tú Anabel… tienes hermanos?” “Isabel, me llamo Isabel”. Volví a desconectarme… blablá y blablá. ¿Tablacar?… así se llama este sistema de viaje?

Pregunté a Carlos. “¿De verdad eres embajador? Me lo ha dicho mi hija”. Me miró con ceño fruncido y pareció reírse mordiéndose la lengua.

¡BABACAR! ¡Por fin!” Grité como si despertara de una pesadilla. No sé por qué pero todos rieron con lágrimas. A partir de ese momento todo fluyó con más naturalidad y empecé a cogerles cariño, incluido el conductor que se llamaba Ezequiel y no Daniel.

Lo que no me atreví a decirles… es que soy filóloga.

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