EL QUINTO EN DISCORDÍA.
A la altura de Ciudad Real pararon a recogerme. Sabía que venían desde Cádiz y teníamos el mismo destino, Madrid. Y cuando subí no sabía que iba a ser la mayor aventura que podría vivir en lo que ya llevaba de vida que no es muy larga con tan solo diecinueve años. Reconozco que con los nervios, el transportín donde llevaba a mi gato negro, y el aguacero que caía, no me fijé más que en el color, el modelo y la matricula. Me pitaron a escasos metros de donde yo estaba situada, una puerta se abrió y entré en el único hueco que quedaba. Uno de los pasajeros envuelto en un amplio ropaje que parecía un chubasquero en ese momento masticaba un caramelo.
-Es que me huele la boca a cloaca- dijo con voz muy ronca, y yo asentí sin mirarle.
No fue hasta la altura del ramal de Daimiel que llevaba hacia la autovía, cuando me paré a observarles. Eran cuatro hombres altos y recios. El más joven era el que conducía, con él había estado hablando unas horas antes. Un tipo agradable si no fuera porque ahora que me fijaba con detalle, advertí claramente que era el primero de los jinetes del Apocalipsis, Zelo, y a su diestra, el mismísimo señor de la guerra y segundo jinete, Ares. Aterrada miré a mis dos compañeros más cercanos y reconocí a Limos, el Hambre, y Tánatos, la Muerte. Charlaban animadamente, miré a mi gato y este me devolvió, a través de la rejilla del trasportín, la mirada con sus ojos verdes como diciéndome qué has hecho bendita tonta. Tuve deseos de bajarme pero reconozco que la curiosidad pudo conmigo y les pregunté qué los llevaba a Madrid.
-Un concierto- respondió Tánatos.
-Pero antes nos vamos a dar un banquetazo- replicó el Hambre.
Yo alucinaba. ¡Un concierto! ¿Y de quién?
-Nos encanta Bruce Springsteen. Nos sabemos todas sus canciones.
Y acto continuo se pusieron a cantar con unas voces que hubiera jurado que eran de auténticos ángeles.
A partir de ese momento, no pararon de hablar, contar anécdotas, algún chiste y demostrar que aunque malotes eran enrollados. Me dejaron en Villaverde Alto, mi barrio, y sin dejar de sonreír, me dijeron en concreto:
-Adiós, ESPERANZA, guapa, nos ha alegrado conocerte.
Y así fue cómo la Humanidad se vio libre de su azote un día más.
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