La Mancha. Al fondo, el toro de Osborne. Julián, rumbo a Chinchón acompañado por dos guiris
desde la salida en Alicante, más un tercero recogido en Albacete, exclama: ¡qué bicho, qué maravilla!
—Los
togos debeguían estag pgohibidos —comenta Alain.
—Maltratar animales es no bien. Mehor libres —replica Rudolf.
—En Inglatera cazar zoros ya es prohibido. Yo quitaría toros de las careteras. —aclara William.
—Mirad —responde Julián—, a mí nunca me gustaron las corridas. De pequeño, las veía por televisión sin interés, y ahora, estoy contra el maltrato… Pero cuidado, el toro de Osborne no representa eso; estamos equivocados. Es el símbolo de la fuerza, de la valentía, de… de la bravura, en fin, de la admiración hacia ese animal; no veo un homenaje a una ceremonia de sangre y muerte, sino la exaltación de valores estrechamente unidos a la historia de España y de los españoles. Por eso me siento feliz y orgulloso cuando lo veo. —Silencio incómodo en el habitáculo.
Abandonan la autovía, toman la secundaria y Julián prosigue.
—Tranquilos, que los extranjeros me caéis bien todos… Racista no soy, únicamente los moros…, no sé, no me fío, igual te ponen una bomba. —Se carcajea. Rudolf le replica.
—Moros hente
normal. Son bien.
—Pues vienen a cobrar ayudas, no a ayudar, ya ves. Muchos no trabajan, y eso… —proclama Julián, añadiendo tensión. Silencio de nuevo.
De pronto, un pinchazo. Julián, refractario a la mecánica, telefonea al seguro.
—¡Mierda, sin cobertura!
Mientras insiste, se detiene delante una humeante furgoneta blanca, con matrícula de dos letras. Baja Ahmed; enjuto, con bigote, gorra roja y camisa larga de cuadros. Se les acerca y pregunta al conductor.
—¿Ti aiuda, amego? —Julián asiente resignadamente.
Tras diez minutos, Ahmed deja todo listo.
—¡Salam aleikum! —exclama Julián. Le da la mano y lo abraza, impresionado y más que agradecido—. ¿Vas a Chinchón, amigo? ¡te invito a lo que quieras!
—No, no; graciass, amego. Yo tiene mucho trabajo hoy.
—Vale, como prefieras, no quiero insistir. Pero muchísimas gracias, ¡bufff!
Se despiden y retoman sus caminos, ante la perpleja mirada de los tres pasajeros.
Llegando al destino, Julián empieza a reírse y exclama: ¡Venga! Para despedirnos, os voy a contar un chiste de extranjeros, como los que oía de pequeño. Escuchad: un español, un francés, un alemán y un inglés viajan juntos y tienen una avería. ¿Quién arregla el coche?
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