-Este coche es agnóstico- dice mientras yo me ajusto el cinturón de seguridad.
La palabra se siente fuera de lugar, y sin embargo Marcelo parece un hombre con educación, que limpia y cuida su coche tanto como su forma de expresarse. Me ha tocado el asiento del copiloto porque la parte de atrás ya está ocupada, hay una señora de unos setenta años que agarra su bolso con las dos manos y una mujer más joven que sujeta amorosamente un bulto envuelto por una manta. Está muy quieta, luce las ojeras preocupadas de una madre primeriza.
-Hoy iremos despacito que llevamos un bebé a bordo- dice Marcelo cuando arranca el coche.
Tiene un discurso bien engrasado, fruto de muchas horas viajando con desconocidos. Habla con voz suave mientras el cielo empieza a clarear y los campos de girasoles se recortan a nuestro alrededor: el día abre el telón a lo que vendrá. Casi me había olvidado de que viajamos con más pasajeros cuando se oye una voz desde atrás:
-Marcelo, para el coche.
Marcelo reacciona al momento, pone el intermitente para desviarse al arcén y detiene el vehículo. La señora abre la portezuela y sale corriendo a una velocidad inesperada hacia los campos de girasoles. Pero lo más sorprendente es que detrás de ella ha salido como una flecha un caniche, dejando atrás la manta que le cubría hasta ese momento. En la cara de su “madre» ya está desatada la angustia y también sale corriendo detrás del animal. Marcelo y yo somos los únicos que no corremos, miramos a la parte trasera, donde solo quedan el bolso y la manta tirada de cualquier manera y después al campo de girasoles. Hemos perdido de vista a la mujer del bolso mientras que la otra corre desesperada tras el caniche, que salta y hace cabriolas, encantado de recuperar la libertad.
La aparición repentina de la mujer entre los girasoles sorprende al perro y lo atrapa. Regresan todos al coche y nos ponemos en marcha de nuevo, con las ventanas abiertas para que Maribel, la señora del bolso, no se maree y Lima, que ya no tiene que esconderse más, mire por la ventana con las orejas tiesas. La mujer joven sigue con ojeras pero se ha disipado el rictus de preocupación.
-Ya os lo decía yo, que este coche es agnóstico- dice Marcelo.
Y sí, tiene toda la razón.
OPINIONES Y COMENTARIOS