Viaje sin compañía

Viaje sin compañía

Natalia Vergel

03/11/2024

El conductor del pequeño auto rojo se estacionó frente a mí y con un leve ademán me sugirió subir. El ambiente allí dentro se sentía algo denso. «Sería más confortable que una de las ventanas estuviese abierta»- pensé. El estupor de la respiración creaba un efecto nebuloso, confuso y poco saludable para cualquier ser vivo. Me ubiqué como pude en el incómodo asiento trasero diciéndome a mi misma cómo era posible que el automóvil y su conductor fueran habilitados para semejante oficio. Antes de entregarme a los treinta minutos de viaje que lleva recorrer los caminos rurales que desembocan en la ciudad, noto que no era la única pasajera en el asiento trasero. Una señora y su pequeña hija compartirían conmigo el trayecto. A los pocos segundos, nos olvidamos del hombre al volante y nos enfrascamos en una amena conversación ignorando los vapores aromáticos del reducido entorno. A ellas dos parecía no importarles la incomodidad ambiental. El conductor por su parte, no dudaba en opinar con cortos y secos «sí», «ajá», «no»,»claro». Sus respuestas no tenían sentido como tampoco sus miradas furtivas a través del espejo retrovisor. Sin embargo, dejé de prestarle atención luego de unos minutos. El tiempo entre charla y charla pasó muy deprisa; ni siquiera noté la entrada a la ciudad como tampoco el momento en que nos detuvimos. El viaje había concluído, como así también la amena conversación. Me dispongo a pagar la mitad del viaje compartido cuando el chófer mira los billetes y con una antipática mirada me da a entender que no eran suficientes.  Fue entonces cuando entendí: nadie más que yo ocupaba el asiento trasero del auto. 
 

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