La leona. Saturnino. El desamor. Camisas.

La leona. Saturnino. El desamor. Camisas.

MARTOS

02/11/2024

Todo salió mejor de lo que imaginaba, como siempre. Toda la burocracia del transporte salió según lo acordado con la aplicación de mapas. Esperé junto a dos muchachos jóvenes. Me llamó la atención uno de ellos, con aires de modernito preocupado. El otro era un tipo normal con camisa. No quise mirarle de sobremanera. Parecía muy atento.

Vi llegar la minivan amarilla de Saturnino, un tipo disfrutón, autodenominado “muy amigo de sus amigos”. Estaba llena de utensilios de juguetería, seguramente de su hija menor. No me percaté de su presencia hasta que a los pocos segundos comenzó a morder y babear su triceratops ansiosamente. Su padre supo intuir que tenía hambre. “El maestro en la casa”, dijo orgulloso. Sus ojeras no decían lo mismo, pero al volante parecía dominar con solidez.

El muchacho en camisa comenzó de repente a morder su teléfono móvil mientras miraba a la cría, tratando de jugar a su juego y buscar cierta complicidad. Solo consiguió un gruñido animal. El modernito se limitaba a escuchar Rojuu a un volumen no muy salubre, eso seguro. Apoyaba la cabeza en el cristal con anhelo, como tratando de ignorar que el cuadrúpedo no era capaz de suavizar los baches de la autovía. Pronto decidió dejar de romantizar su vida.

Obsesivamente, el moderno empezó a suplicar frenar el coche a un lado de la vía. El conductor no hizo ni una sola objeción. Ya quieto, se precipitó a la manivela mientras metía la mano en su bolsillo. Dio tres pasos preparatorios en el arcén hasta sentenciar un lanzamiento feroz de lo que rápidamente intuimos que era su teléfono móvil. Hiperventilaba dramáticamente, como si de pronto supiera que los daltónicos no pueden ser aviadores profesionales. Fuera como fuera, la joven bebé se limitó a lanzar su dinosaurio por la ventanilla, ojiplática, en un arrebato de locura. El problemático entró de vuelta con un sereno agradecimiento. Nos pusimos en marcha haciendo la vista gorda.

El de la camisa ahora escondía su móvil en la entrepierna y miraba al frente desde el asiento central. No quiso hacer contacto visual con ninguno de los violentados. Saturnino puso la radio para aliviar el silencio, pero fue casi peor. El moderno volvió a colocar la cabeza en reposo y rebote, ahora embobado y humildemente aterrizado. Mientras tanto, la leona se había entretenido en otro de sus juguetes plásticos. A este lo miraba aún con curiosidad.

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