Las luces de los coches parecían un desfile de luciérnagas. El frío le mordía la piel recordándole el precio a pagar por salir temprano. Era la primera vez que utilizaba la aplicación y quería causar buena impresión. Observó a un muchacho apearse de un coche y caminar directo hacia él. Le resultaba vagamente familiar.
–Buenos días, don Fernando –, lo saludó con una sonrisa que no dejaba ningún diente a cubierto.
Por el tono dedujo que sólo podía tratarse de un antiguo alumno suyo. Revisó mentalmente su catálogo de estudiantes particular antes de dar con el nombre.
–¡Javier! No te veo desde el instituto. Lo último que supe de ti es que conseguiste plaza para estudiar Derecho.
–Y así fue…–, afirmó en un susurro, calibrando si debía mentir mucho o por los codos. Era algo que había aprendido a detectar después de tantos años como docente. Cambió de tema.
–¿Y qué haces por aquí tan temprano?
–Muy fácil: hoy seré su conductor –,anunció con una reverencia que hubiera ganado concursos.
–Así que tú eres el conductor de “valoraciones excelentes”. Mi sobrina hablaba maravillas de ti cuando me estaba reservando el viaje.
Mencionar a Verónica hizo que Javier se sonrojara ligeramente. Sabía que hubo un tiempo en que su ahijada le había robado el corazón, la respiración y el sueño. Rápidamente se recompuso.
–¿Embarcamos? –, le preguntó invitándolo a subir. El profesor se acomodó en el asiento del copiloto y sacó un blister de Biodramina del bolsillo mientras que Javier arrancaba.
Recorrieron un primer tramo sin más compañía que la radio y el aleteo de una mosca que se había atrevido a viajar de gratis. El viejo profesor decidió romper el silencio, no sin antes catapultar al insecto a la otra vida.
–¿Vas a contarme qué has hecho estos años o prefieres que lo adivine?
El muchacho suspiró, consciente de que no tenía escapatoria.
–Pues dejé Derecho y decidí dedicarme a escribir. Y admito que la culpa fue suya. Cuando vi su foto en la solicitud de viaje, supe que era mi oportunidad de devolverle el favor. Si abre la guantera me entenderá.
El profesor extrajo del compartimento un libro cuya portada rezaba: “La duda ofende”. Lo abrió con curiosidad y sus ojos se toparon con la dedicatoria:
“A don Fernando, que me hizo creer que no tenía madera de escritor”
Casi se traga el chicle de Biodramina al echarse a reír.
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