El amor sucede en un coche

“Paso de darle conversación al del BlaBlaCar” o “tía, por la foto parece un muermo” eran las alegres y optimistas palabras de mi amiga camino al coche compartido.

Las fiestas de su pueblo eran culpables de nuestra reserva del primer BlaBlaCar que vimos disponible. Ella, con mucha más experiencia que yo en coches compartidos, afirmaba tajantemente que ya conocía como funcionaban: silencios incómodos, conversaciones aburridas y tensión continua. Aunque normalmente no me suelo guiar por su pesimismo constante, esa vez no pude evitar prepararme para lo peor.

Sin embargo, lo que nos esperaba en el coche superó las “infalibles” previsiones de mi amiga. Nuestro conductor era un chico joven, simpático y hablador. Desde el primer momento en el coche reinó el buen ambiente y la charla amena, más bien parecía que estábamos de viaje con nuestro amigo de toda la vida. Cuanto más hablábamos más nos dábamos cuenta de la cantidad de cosas que tenían en común mi amiga y él: desde fiestas compartidas hasta gustos musicales, parecían distintas caras de la misma moneda.

Ellos pasaron a protagonizar la charla: las similitudes entre los dos eran incontables y la compatibilidad se empezaba a notar. Mientras mis dos acompañantes tonteaban yo contemplaba con diversión infinita la situación. Igual mi amiga se equivocaba con lo de los silencios incomodos, pero la tensión continua era más que evidente en ese coche.

Al llegar a nuestro destino nos despedimos con tristeza de nuestro conductor, no sin antes yo sugerir que nos intercambiáramos las redes sociales. Qué decir: las amigas nos apoyamos entre nosotras.

Este relato de una historia de amor real termina cuando, meses después y una vez iniciada su relación, le pregunte a él sobre ese viaje en coche. En sus propias palabras: “desde el momento en que se bajó del coche quise volver a verla”. A veces la realidad supera nuestras expectativas y el amor sucede en un coche.