Era una mañana soleada de primavera, había
madrugado bastante porque el día invitaba a pedalear y mi bicicleta
de montaña estaba recién revisada y engrasada, dispuesta a castigar
mis piernas en las pistas y carreteras del Caurel.
Ya en la carretera y aprovechando el suave
descenso, aceleré el ritmo con la idea de llegar pronto a Folgoso e
iniciar las rampas de el alto de O Boi, pero apenas habían
transcurrido unos minutos cuando noté como la rueda trasera perdía
totalmente adherencia y me encontré a un lado del asfalto reparando
entonces en que con la alegría mañanera había descuidado meter en
mi mochila alguna cámara de repuesto.
Cuando intentaba buscar la solución
más adecuada para evitar caminar más de 10 kilómetros arrastrando
mi metálica compañera, apareció en la primera curva un vehículo
que enseguida reconocí como el Citroen de Javier de Meiraos.
Paró y en pocos minutos intercambiamos la
información suficiente para encontrarme a su lado en el coche
mientras la bici viajaba en el techo atada con una cuerda. Pero
aquel día los hados no estaban de mi parte y apenas habíamos
cruzado Santa Eufemia cuando notamos que el carro también había
sufrido la maldición de aquel domingo; bajamos y rápidamente Javier
sacó del maletero la rueda de recambio. Intentando ayudar le
pregunté por el gato y quedé estupefacto cuando me dijo que no
llevaba y dibujó una amplia sonrisa al ver mi cara de interrogación.
Ni corto ni perezoso se dirigió al prado
contiguo y tomó dos piedras de buen tamaño, una mayor que la otra,
colocó la más pequeña delante de la rueda trasera pinchada y subió
al coche moviéndolo lo suficiente como para que esa rueda quedase
montada encima de la piedra; a continuación colocó la más grande
encajada entre el suelo y el eje de la transmisión trasera, procedió
a desatornillar la rueda, colocando la de repuesto a continuación.
No habían pasado diez minutos y ya estábamos de nuevo en marcha con
la esperanza de que el día no se cebase más conmigo.
Una vez en casa y saboreando una cerveza
helada no pude dejar de pensar que en lugar de una mañana de
ejercicio, el día me había deparado una lección de ingenio e
inventiva muy propia de los habitantes de la España vaciada.
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