Una arquitecta, un economista y una fotógrafa coinciden en un coche. Puede parecer el inicio de un chiste malo, pero en realidad era un viaje de tres desconocidos en BlaBlaCar en dirección a la costa.
Al volante iba Sara y a su lado, Alberto, un tipo serio -quizás demasiado- que llevaba un maletín que parecía pesar tanto como sus preocupaciones. En el asiento trasero, Paula, una fotógrafa con una energía difícil de contener viajaba con su loro, Pavarotti, dispuesto a demostrar su talento para imitar todo tipo de sonidos.
El GPS emitía sus instrucciones, Sara conducía con la precisión de un cirujano y Alberto tecleaba en su móvil con la intensidad de alguien a punto de desarticular la próxima crisis financiera. Paula hablaba con Pavarotti, explicándole cómo posar para futuras fotos.
“A 200 metros, siga recto”, dijo lo que parecía el GPS con tono neutral. Sara siguió las indicaciones sin cuestionarlas. “En la rotonda, tome la tercera salida”. La arquitecta obedeció con tranquilidad. Los edificios modernos dejaron paso a caminos rurales y en lugar del mar, se encontraron rodeados de montañas. No era muy normal que el entorno cambiara tan rápido, pero prefirió no comentar nada; Alberto seguía inmerso en sus números y Paula jugueteaba con la cámara, ajena a todo.
“A la derecha en 50 metros… recalculando… gire a la izquierda en la próxima intersección”. Cada instrucción llevaba al grupo más y más lejos de su destino. Cuando la realidad se hizo evidente y el paisaje no tenía absolutamente nada que ver con una playa, Sara se atrevió a preguntar:
—¿Alguien más tiene la sensación de que estamos en Narnia?
Alberto levantó la vista por primera vez en el viaje.
—No creo que haya mercado financiero en Narnia —bromeó, sorprendiéndose a sí mismo por su ironía.
—El GPS no suele fallar, ¿verdad? —dijo Paula con un tono ligeramente culpable mientras miraba de reojo a Pavarotti, que adoptó una pose de fingida inocencia.
Justo cuando Sara aparcó el coche para revisar el mapa, se encontraron en un pequeño pueblo lleno de vida. Banderines en las calles, una multitud que bailaba al ritmo de una orquesta y un cartel que rezaba “¡Bienvenidos a las fiestas de Hinojosa!” los recibían.
Paula, con una sonrisa traviesa, le guiñó un ojo a Pavarotti.
—Buena elección, amigo.
El loro lanzó su última y mejor imitación del GPS:
—Has llegado a tu destino.
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