Duele. Duele. ¡Duele!
Con una fuerte bocanada de aire, despertó cubierto de polvo, notando un hormigueo en la pierna. Conforme la vista se le aclaraba, el hormigueo se intensificaba pasando la barrera del dolor. Ignorándolo intentó mover los brazos: iban bien, luego su voz: funcionaba a duras penas, y por último las piernas. Sólo podía mover una. Evitando mirar a esa pierna derecha foco del dolor, estudió la situación. Los cazas sobrevolaban la ciudad en aquel cielo amarronado por el humo y el polvo. Se encontraba en las ruinas de lo que antes era su casa, lo único que reconoció fue el peluche que le regaló David. Mierda. Estaba justo al lado suyo cuando el edificio colapsó.
Punzada.
Ya no podía ignorar más el dolor. Con lágrimas en los ojos, dirigió la mirada lentamente hacia abajo para encontrar una roca aplastando su gemelo. Un pequeño río de sangre corría desde debajo de la roca, que era más grande que una persona. “No podré levantar eso, imposible, estoy muerto”. Ante el pensamiento de la muerte y aún desesperanzado, sacó todas las fuerzas que pudo reunir y en una posición precaria y limitada por su pierna, consiguió apartar un poco la roca y sacar la extremidad. Tras un pequeño momento de llanto, el ensordecedor sonido de otro avión a toda velocidad cerca del suelo hizo que se pusiera en marcha. Rajó un trozo de su camiseta e improvisó una venda para su herida que por suerte parecía ser más superficial de lo que esperaba. “Tengo que encontrar a David” pensó frenético “si yo he sobrevivido, él también”, esto último sabía que era una mentira para consolarte pero eso no lo detuvo para ponerse a quitar escombros.
– ¡David! ¡¡David!! – Gritaba con el hilo de voz que le quedaba tras haber tragado tanto polvo en aquella densa atmósfera.
Poco tardó en mover algunas rocas y ver una imagen grotesca: la mitad de la cabeza de David estaba bajo la roca, esparciendo sus vísceras por alrededor debido al fuerte impacto. Otra roca inamovible estaba encima de su cuerpo, de donde también asomaba la cola de su gato de compañía, ensangrentada y quieta.
– No… – El dolor le recorrió todo el cuerpo para luego concentrarse en su pecho y su garganta. – N- No puede… – Ni siquiera podía hablar. Tuvo que darse la vuelta para vomitar y gritar entre el llanto más triste que había pronunciado en su vida. Le habían quitado a la persona y al animal que más quería en el mundo, arrancados indiscriminadamente y sin previo aviso. “No puede ser No puede ser” era todo lo que se repetía en su cabeza.
Sus gritos llamaron la atención de soldados que barrían la zona. Esto le dio una pequeña luz de esperanza hasta que oyó un idioma que no conocía. Entre lágrimas y churretones negros en la cara nacidos de la mezcla con el polvo, giró la cabeza y vio un grupo de hombres enormes con armas aún más grandes acercarse mientras le gritaban algo que no entendía. Sin duda eran soldados compañeros de aquellos cazas que hicieron llover las bombas. Ni siquiera entendía por qué. No entendía quién era capaz de mandar semejantes órdenes y menos aún de ejecutarlas y cumplirlas sin parpadear. Aquellos no eran humanos, tenía que correr, tenía que huir de allí. “Mamá”. Dio media vuelta y empezó a trepar torpemente sobre la montaña de escombros. Los soldados desde atrás gritaron aún más fuerte, empuñaron sus armas y prendieron fuego.
Lo único que sintió entonces fue el dolor del metal clavándose en su cuerpo mientras caía de espaldas. El dolor de perderlo todo mientras chocaba en el suelo moribundo. Y el dolor del sinsentido de la guerra mientras su consciencia se desvanecía.
“Voy contigo, David”.
Corta, ¿verdad? Una guerra jamás empieza historias, jamás las continúa y mucho menos las mejora, solo las termina. Tan culpables son los que mandan las órdenes como los que las cumplen. Los civiles siempre pierden, los poderosos siempre ganan. Nunca luches por ellos, pues nunca lo harían por ti. Y nunca luches por quien te pide quitarle la vida a alguien, sea quien sea.
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