La aplicación mostraba un perfil… curioso. Por llamarlo de alguna manera.
Sin fotos. Sin comentarios. Sin viajes previos al que yo, un tanto receloso, acababa de reservar.
En otras circunstancias, habría rehusado viajar con aquel individuo «invisible». No obstante, dada la urgencia que me empujaba a desplazarme a esas horas de la madrugada, y a falta de otras opciones, me vi obligado a tomar la decisión.
Tan solo es un nuevo usuario, me dije. Todo irá bien.
El vehículo me esperaba a la hora acordada. El lugar, algo apartado del núcleo urbano, suponía otro motivo inquietante.
Subí al coche con tres desconocidos. Apenas un breve saludo, y nos pusimos en marcha.
Me acomodé en el asiento trasero. A mi lado, un hombre de aspecto imponente, me miraba de vez en cuando por el rabillo del ojo.
Vestían de negro. Y, a juzgar por las pocas palabras que intercambiaron, supe al instante que ya se conocían.
Así, dejamos atrás Madrid.
Pero algo no marchaba del todo bien. Ya deberíamos haber tomado la carretera de Andalucía cuando el vehículo cogió un desvío hacia una especie de polígono industrial.
Mis manos comenzaron a sudar. Lanzaba vistazos nerviosos en todas las direcciones, intentando situarme.
En uno de esos movimientos, capté la mirada del copiloto, que me observaba a través del retrovisor de su ventanilla.
—¿Lo haremos aquí?—preguntó el mismo hombre.
—Un poco más adelante—respondió el que iba a mi lado—.Gira en el próximo cruce. Y sed rápidos: ¡hace un frío del carajo!
Aquella tensión me estaba matando. ¿Dónde diablos me había metido?
Me atreví a preguntar.
—Perdonen, ¿Qué es lo que haremos aquí?
—Un intercambio—respondió el conductor, simplemente.
Entonces aparcó a un lado de la carretera y señaló hacia el lugar donde aguardaba otro automóvil similar, aparentemente vacío.
—Ahí está. ¡Vamos muchacho!—me apremiaron.
Cogieron sus maletines y salieron a toda prisa. No tuve más remedio que seguirlos.
Uno de ellos se giró hacia mí y, riendo al ver mi cara pálida, dijo:
—Discúlpanos, ¿no te lo hemos dicho? Viajaremos mejor en mi coche. Trabajamos juntos, y tenemos la costumbre de turnar nuestros vehículos en cada viaje. Espero que no te importe.
Qué tonto he sido, suspiré, terriblemente aliviado.
Y así, reanudamos la travesía. Los hombres conversaban ahora con total normalidad.
El pasajero a mi izquierda, que había sido el conductor en el primer trayecto, captó mi preocupación, y exclamó:
—Tranquilo, chaval. ¡Somos policías!
Nunca he viajado más seguro.
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