Viajar en coche compartido es genial: ahorras costes, pones tu granito de arena por el medio ambiente y es una gran oportunidad para hacer amistades a lo largo y ancho de la Península. Es refrescante conocer a gente nueva en el coche de un desconocido: el bus, al fin y al cabo, es un medio de transporte que amalgama a desconocidos que, sin cruzar palabra, partirán y llegarán a su destino a la hora planeada. Primitiva concepción la suya. De adolescente, planeando un viaje a Granada, con el córtex prefrontal aún en desarrollo y el centro de anticipación y toma de decisiones fermentando, sin cocer, pan en potencia, me encontré con que, a pocos días del viaje, los billetes se habían agotado, conque tuve que renunciar al bus. Una tecnología obsoleta que se me había vetado.

Pero yo sabía que podría cruzar el país, que habría con quién hacerlo, y me arrimé e hice escudero suyo en seguida. Y lo suyo, además del escudero, eran las paradas. En el viaje hizo dos (o dos son, al menos, memorables, y la ley de la memoria supone que aquello que se recuerda es lo único que realmente es, teoría que hace de la verdad mero fruto de una selección): hubo una parada amigable, donde compartimos una cena y confidencias, y otra que se relatará cuando corresponda.

Viajar en coche compartido permite intimar con aquellos con quienes se viaja: en la cena me contó, beicon en ristre, que con el dinero que sacaba con sus viajes en coche le había pagado unas tetas nuevas a su mujer. Quien no esté de acuerdo en que vivimos en la mejor época histórica, o bien no le está sacando suficiente jugo, y es impotente, o bien piensa que en algún tiempo pasado la vida fue mejor. Pero en ninguno de estos mundos anteriores podría un individuo, dirigiéndose a un congénere, sacarse del bolsillo un trozo de metal y plástico para enseñarle, ilustrando su relato, una foto a todo color de las tetas nuevas de su mujer. Viajar en coche compartido es genial, porque proporciona al conductor un dinero extra para darse caprichos.

Antes habíamos parado en Soria: como había anticipado mi caballero andante, quedamos con un militar o exmilitar para que le vendiera una malla metálica. El objetivo no lo pregunté: hay cosas que no conviene sacar de la penumbra a la que pertenecen.

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