Amor al volante

Amor al volante

Jorge Robledo

02/11/2024

Un largo año anduve detrás de Amparo, la más dulce, la más bella, la más tierna. Estaba locamente enamorado de ella y nunca encontraba una ocasión propicia para estar a solas. Miradas furtivas, sonrisas cómplices, pero cuando no era la madre, era el hermano. Cuando no, la prima. Siempre alguien impedía mi acercamiento.

Hasta que un día se dio. Estaba a mi lado y le dije: “¿Damos una vuelta en auto?” Me miró con esos maravillosos ojazos celestes mientras respondía suavemente: “Bueno”.

Subimos, me acomodé en la posición más varonil y seductora que pude, aceleré a fondo. A escasos metros hice el más violento giro con el volante del que era capaz y que me permitía el vehículo. De reojo, pude observar que iba tratando de agarrarse de donde podía. Cuando me miró percibí un dejo de miedo o tal vez terror en su rostro, mezclado con algo de admiración por mi intrepidez. Continué girando el volante hacia un lado y otro mientras que, a veces algún obstáculo detenía o entorpecía nuestro alocado trayecto. Al mirarnos nuevamente pude o creí ver, que ese rostro me transmitía su amor, lo que desató en mí un frenesí tal que me llevó a hacer las maniobras más alocadas que conductor alguno pudiera efectuar.

Al cabo de un tiempo, exhausto, muy excitado y con cierta cuota de ansiedad, frené, detuve totalmente el movimiento. Como corresponde a un galante caballero, bajé, di la vuelta alrededor del vehículo y la ayudé a descender tomándola de la mano. Esa mano quedó unida a la mía incluso cuando continuamos caminando. Estaba viviendo un momento glorioso.

Así comenzamos una prolongada historia de amor. Nos casamos, tuvimos hijos, nietos, una hermosa familia.

Hoy estamos en la placidez de la vejez. Hace unos días íbamos caminando, siempre mano con mano, cuando de repente se me ocurre una idea y le digo: “Estoy recordando ese maravilloso paseo en auto que dio comienzo a nuestro amor. ¿Te gustaría que revivamos esa experiencia?”

Me miró con esos ojazos celestes que siguen siendo sumamente bellos y me respondió con su característico: “Bueno”.

Tras mucho buscar en mi ciudad y otras vecinas, regresé a mi casa con una ligera sensación de desazón y le dije a mi querida Amparito:

“Amor mío, no será posible ese momentáneo regreso al pasado, ya casi no quedan pistas de autitos chocadores.”

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