Rarezas compartidas

Rarezas compartidas

Pablo Lopez Simon

30/10/2024

Siempre había sido una persona muy preocupada por la limpieza. La mayoría de la gente me consideraba un maniático, pero no podía controlarlo.

Como es lógico dejaba entrar a muy pocas personas en mi coche, así que nunca pensé que pudiera llevar a desconocidos. Pero una necesidad me obligó a compartirlo. Una necesidad que me cambió la vida.

Mi viaje compartido a Cádiz comenzó semanas antes de que saliéramos a la carretera. Durante días me focalicé en estudiar a los posibles pasajeros. No sólo miré su información en blablacar, también busqué en sus redes sociales para conocerlos lo mejor posible. No quería sorpresas.

Quedé con los tres pasajeros en un parking amplio para poder organizar bien los sitios y el maletero. No sólo soy muy especial con la limpieza, también soy muy metódico y ordenado.

Arranqué bastante nervioso y callado. Aunque imagino que notaron que algo no iba bien, o quizás por eso, empezaron a sacar temas de conversación variados: Lo bonito que es Cádiz, las experiencias que habían tenido allí, lo mucho que les gustaba viajar en coche compartido y otros temas por el estilo.

No lograba participar en el ambiente alegre que había en el coche. Sólo podía pensar en virus, bacterias y suciedad. Era superior a mis fuerzas.

Cuando llevábamos media hora de viaje la chica que iba de copiloto se puso las manos en la boca simulando tener un micrófono y dijo «Señor comandante, siento sacarle de su atenta conducción, pero necesito parar para ir al baño». La carcajada de todos fue instantánea, incluyéndome a mí que tuve que concentrarme para no tener un accidente.

Tras la parada les dije que sentía ser tan borde y les expliqué mis manías con la limpieza y mi miedo a las enfermedades víricas. Según hablaba miraba por el espejo para ver las caras que ponían, que pasaron de sorpresa a incredulidad en pocos minutos. Cuando terminé el chico dijo «Nunca había compartido coche con un psicópata» a lo que el resto contestó con una carcajada.

Entonces una de las chicas se animó a contarnos rarezas que tenía. Después de un rato el coche era un contínuo gallinero de anécdotas, manías y risas.

Poco más puedo decir de ese viaje salvo que uno de los pasajeros ahora es mi mujer y los otros dos grandes amigos.

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