En ocasiones las historias parecen no tener fin, y precisamente eso fue lo que me sucedió en uno de mis viajes utilizando la plataforma de Bla Bla Car pero… siempre hay una primera vez para todo y la mía fue de película. Mi coche es de pequeñas dimensiones. ¿El maletero? pues el típico: caben dos maletas de cabina y una bolsa con los utensilios de limpieza (gamuza, líquido jabonoso, papel higiénico, mascarillas… etc.). Sí, tenéis toda la razón, soy demasiado previsora, pero nunca se sabe dónde puede terminar una, os lo digo por experiencia.
Ya puestos en contexto me voy a centrar en lo que me sucedió. Cuando ¡por fin! me aclaré con la plataforma y pude publicar mi primer recorrido, fue cuando empezó mi tortura. Recibía mensajes a todas horas preguntándome incluso si iba a poner la capota a mi coche, ya que hacía frío y no les apetecía que lo llevara descapotable…, pero ¿quién había dicho que mi coche era descapotable? Recuperada de mi sorpresa, entró otro mensaje, y otro, y otro más… así estuve contestando mensajes hasta que ¡por fin! se hizo el silencio. Ya en la cama, cerré los ojos e intenté desconectarme del mundo pero, de repente… ¡pling-pling! ¡¡Otro mensaje!! ¿A quién se le ocurría enviarme un mensaje a las tres de la madrugada? Con los ojos achinados de no poder dormir, me dispuse a leerlo: «Hola, he visto que vas a la ciudad X. Tengo que estar allí mañana a primera hora, ¿te importaría si voy con mi bebe?». ¡Claro que no!, le respondí. Otro mensaje: «¿Puedo llevar su cochecito?». Por supuesto, le dije, aunque le expliqué que mi coche era pequeño. «Entonces, ¿no puedo llevar su cochecito?». Claro que puedes, le escribí, volviéndole a explicar la situación, y que dependía del tamaño de ese «cochecito». «Es que… si no llevo su cochecito me cansaré. ¿Quiere que le envíe las medidas y lo comprueba?». ¡Eran las cuatro de la madrugada! Mi paciencia se iba agotando por minutos y la mujer seguía insistiendo si llevar o no el dichoso cochecito del bebé. A pesar de proponerle elegir un vehículo mayor, erre que erre, insistía en ir en el mío. A las cinco de la mañana se hizo el silencio. Intenté dormir el poco tiempo que restaba pero, a las ocho, un nuevo ¡pling-pling! me confirmó que la madre, el niño y el «famoso cochecito» sí viajarían conmigo. A ver, queridos lectores, ¿ustedes qué hubiesen hecho en mi lugar?
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