Inés camina de un lado a otro y se ajusta el vestido. Hoy tiene que ser el día perfecto. En su memoria emerge Jorge, su diáspora durante siete años. Juguetea con los anillos y se tranquiliza.
Entonces recuerda otro viaje, un año atrás, cuando conoció a Yolanda. Un todo de rizos y sonrisas al volante de su Saab, demasiado negro para ella, y un tanto destartalado. Se subió al coche algo temerosa, pero la mirada de Yolanda y un mohín con sus labios afrutados la hicieron confiar.
Inés acababa de romper con Jorge, tras varias montañas rusas de amor, celos, rupturas y reconciliaciones, de vivir a la sombra de no sabía muy bien quién y no atreverse a volar. Al mes de la separación, que esa vez suponía definitiva, quiso huir lejos. Necesitaba sacarlo de su corazón, rasparlo de su piel, extirparlo de sus entrañas. Buscó en Blablacar un viaje al azar: Valencia-Zaragoza, con Yolanda, conductora de 3,5 estrellas.
En el trayecto, la choferesa hacía honor al nombre de la aplicación: palabras, palabras y más palabras, que llenaban los vacíos de Inés, y de media autovía, por así decirlo. Al principio, prestaba una atención cortés, pero poco a poco se adormiló y despertó una hora después, cuando pararon para un café.
En la cafetería, Inés notó cómo Yolanda la miraba con intensidad, con descaro incluso. No se sintió incómoda, creyó ver en los ojos de la chica mucha verdad. Se sonrojó cuando Yolanda le propuso quedar esa noche, saldrían a tomar algo y ligar un poco. Dudaba, pero aceptó, le hacían falta algo de oxígeno y de fiesta.
Se despidieron en la puerta de la pensión de Inés, que deseaba que llegara la cita cuanto antes. Se arregló lo mejor que pudo y entró al restaurante con media hora de antelación. Yolanda apareció tarde, sin haberse cambiado, pero con ese brillo en los ojos que tanto la cautivaba.
No ligaron nada, claro; bueno, con otros, porque la habitación de Inés fue testigo de su entrega en los brazos expertos de Yolanda. Cuando Jorge la volvió a llamar aquella mañana, le mandó una foto besándose con ella. Nunca más supo de él.
Decidieron regresar juntas a Valencia, esta vez acompañadas de un comercial que había reservado el viaje con anterioridad. No pararon de reír e intercambiar miradas cómplices, como la que ahora se dedican en el altar.
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