Se derritió la nieve

Se derritió la nieve

Selva Crisán

29/10/2024

Fue el día que nevó en Alicante y el temporal atrapó en las carreteras a los que volvíamos a casa por Navidad, en ese mítico peregrinar por demostrar que, a pesar de estar lejos y vivir egoístamente nuestra vida, cumplíamos con la tradición como dicen que manda Dios.

Pero yo no volvía en mi coche. De hecho, no conocía de nada al conductor: un señor de 56 años que a las dos de la tarde me recogió con puntualidad y me saludó con un apretón de manos.

Encerrados entre muros de más de un metro de nieve, se nos hizo de noche por las carreteras de Teruel. Avanzábamos despacio, en silencio, tras la punzante mirada roja de un coche lazarillo que competía con la blanca oscuridad de alrededor. Tenía miedo, mucho, del peligro en cada metro y, sobre todo, de no llegar.

—¡Vamos a jugar a un juego! —dije de pronto—. En él no puedes usar la palabra “no”, ¿vale? No puedes decir que no, acuérdate.

Mi compañero asintió al volante.

—Hay tres puertas: roja, amarilla y naranja, ¿cuál escoges?

—La roja —respondió.

—Excelente. La abres y hay otras tres puertas: blanca, negra y gris, ¿cuál eliges?

—La gris.

—Estupendo. Entras y ves una puerta de cristal, otra de madera y otra de forja, ¿cuál abres?

—La de forja —contestó.

—Alaaa ya te sabías el juego —comenté indignada.

—Nooo —me dijo mientras apartaba brevemente la vista de la carretera mirándome con inocencia.

    —¡Aaah! ¡Has dicho que “no”! —exclamé riendo, apuntándole con el dedo.

    Sonrió moviendo la cabeza por haber caído en la trampa. Y entonces, para hacer las paces, abrí mi bolso y le mostré un caramelo.

    —¿De limón o de menta?

    —De limón —respondió.

    —¡Error! ¡Es de menta! —exclamé dando una palmada muerta de la risa.

    Miré su expresión incrédula. Obviamente pensó que le estaba ofreciendo un caramelo y le había dado a elegir el sabor. Quizás valoró en ese instante qué clase de psycho
    llevaba de pasajera, pero empezó a reírse él también. Y con cada carcajada parecía como si la nieve se derritiera y todo resultase menos aterrador.

    Seguimos haciendo bromas y contando anécdotas hasta que vimos por la ventanilla del coche el hospital de nuestra ciudad. Habíamos llegado a casa.

    Cuando sacó mis bolsas con regalos del maletero, se acercó sonriendo, me miró a los ojos y me apretó el hombro izquierdo, sin decir nada, pero diciéndomelo todo.

    URL de esta publicación:

    OPINIONES Y COMENTARIOS