Fué el primero de muchos viajes en coche compartido. Hoy por hoy es una necesidad y todas las semanas lo utilizo. Creía que únicamente trasladaban a los clientes a sus destinos de forma barata y rápida, pero estaba equivocada como prácticamente la mayoría de la población que los ve pasar cómo sí fueran inofensivos vehículos, desconociendo, que encierran otras realidades que pasan desapercibidas para un no iniciado.
Desconozco por qué me eligieron. Ahora sé que fui escogida, no fue el azar. Aquel día el banco siguiendo una de tantas decisiones arbitrarias, me encargó recoger unos documentos en un barrio del extrarradio. Tras discutirlo con mis compañeros, a los cuales les importa poco mi suerte, decidí utilizar una de esas apps tan conocidas. Bueno, bonito y barato. Además, me recogían en la puerta porque el conductor, que casualidad, se reunía con otro pasajero precisamente en la misma calle. Cuando llegó y miré en su interior, dudé que cupiese entre los dos jugadores de rugby que vestidos con idénticos uniformes ocupaban las ventanillas mirando al exterior como sí no se reconocieran. Además, sudaban y despedían un olor corporal complicado. El conductor, con gorra de los Lakers, me miró de manera lasciva cuando coloqué mis posaderas entre ambos mastodontes. Al copiloto no pude verle la cara durante el trayecto pero me fijé en su pelo ondulado y rojizo al más puro estilo irlandés. Se comunicaba sólo con monosílabos que eran acotaciones a las sandeces que decían los ocupantes del coche. Cada cual hablaba para sí mismo y con su particular jerga. El chofer no cayó ni un momento, describía los viajes realizados con la parienta, como sí el resto tuviéramos algún interés. Los deportistas descoordinados nos relataban el último partido que acabó en batalla campal.
Cuando por fin llegué a mi destino, me apeé como un resorte de aquella sinrazón . Observé allí plantada, como el coche se alejaba por la carretera comarcal. Y entonces, me percaté. Me habían robado los zapatos y llevaba otros, de color y modelo diferente. No supe cuándo sucedió tal hazaña pero sospeché siempre del pelirrojo. Desde entonces lo busco en los coches que reservo y desde entonces me han vendido tres cabras, me han cambiado la rebeca por una mochila y he participado en su interior en una fiesta de 50. La vida tiene muchos caminos y también atajos desconocidos. Cuidaros de ellos.
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