Carlos había recorrido muchas veces las carreteras rurales que unían su pequeño pueblo con el mundo exterior. La vida en un pueblecito de 300 habitantes tenía su encanto, pero también traía una soledad que pesaba más de lo que quería admitir. Por eso, se había aficionado a utilizar Blablacar cada vez que viajaba. Para él, cada trayecto era una oportunidad para conectar con otros, algo complicado en su comunidad.
Esa mañana soleada de septiembre, el aire fresco del campo entraba por la ventanilla mientras Carlos comenzaba su recorrido. Al llegar a la plaza del pueblo, vio a Laura, la hija de un viejo amigo. Su sonrisa iluminaba el día, pero su andar mostraba nerviosismo.
—¡Hola, Laura! —saludó—. ¿Lista para el viaje?
—Hola, Carlos —respondió, rascándose la nuca—. Voy a visitar a una amiga de la infancia, pero no sé si debería… Llevamos tiempo sin hablar y me asusta que ya no sea lo mismo.
Carlos la miró, recordando lo que era tener veintitantos y sentirse perdido. —La vida es como un viaje en coche compartido; a veces, los caminos son inciertos, pero esos cambios pueden llevarnos a sorpresas gratificantes.
Laura sonrió y se quedó pensando en la frase. A medida que avanzaban, llegaron al siguiente pueblo, un antiguo molino donde los esperaba Carmen, una joven pintoresca y con una caja en sus manos.
—¡Hola, chicos! Soy Carmen —saludó con entusiasmo—. He traído empanada para todos.
Carmen se acomodó junto a Laura y, continuaron el viaje mientras charlaban sobre sus sueños. Carmen compartió su pasión por la pintura y su deseo de abrir una galería.
—¡Quizá mis próximos cuadros sean sobre viajes en coche compartido! —dijo, sonriendo—.
Las risas llenaron el coche y Carlos propuso un nuevo juego. — ¿Qué superpoder os gustaría tener?
—¡Teletransportarme! —dijo Carmen—. Así evitaría los atascos.
—Yo elegiría el poder de hacer que la comida se cocine sola —respondió Laura—. Así podría quedarme en el sofá viendo series mientras se prepara.
Carlos sonrió al notar cómo la tensión de Laura se desvanecía. Al acercarse a la ciudad, detuvo el coche frente a la casa de la amiga de Laura. Ambas chicas se despidieron sabiendo que se llevaban una amiga de ese trayecto.
—Gracias por el viaje, Carlos —dijo Laura, sintiéndose más ligera.
Carlos sonrió, consciente de que la carretera siempre traía consigo bonitas historias y que su próxima aventura aguardaba a la vuelta de la esquina.
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