¿Que qué sucedió?
Nada. Sucedió que no pasó nada, pero cuántas cosas pueden pasar cuando nada pasa.

¿Te fijaste en el cielo de hoy? ¿Dirías, acaso, que no pasó nada?
Ni una gota de lluvia aquí abajo y, sin embargo, te aseguro que vi negras ideas formarse ahí en lo alto, ideas que nunca llegaron a materializarse en nuestra realidad mundana. Pero pregúntale a las nubes si pasó algo o no y ya verás lo que te contestan. Pues eso, que no pasó nada, y que pasó todo.

No fue más que un viaje de un par de horas que aún se me sigue haciendo largo, como de un lustro te digo, ya que aún sigo montado en ese coche, y cada vez que me bajo me vuelvo a montar por mi propio pie para volver a esa conversación de la que no salgo, de la que no soy capaz de salir.

¿El qué? Ah… sí, sí, qué va, si tienes razón, pero qué quieres que le haga si he sido así siempre. Vivo en la idea de un mañana, y así me pasa que ese mañana nunca llega. Pero y qué le hago, si eso ya no lo puedo cambiar.

Pues eso, hablamos de todo y de nada: me contó de su familia y de que ya no se lleva tanto con su hermano, de hecho, viajaba a Zaragoza para pasar el finde con él y sus padres, ella es de Zaragoza, ¿sabes?; y yo le conté de los míos y de que nunca nos hemos llevado mucho en verdad, pero tampoco es mala la relación, ya lo sabes tú; y ella me dijo que era ingeniera; y yo que estaba opositando para profesor; y ella que si me gustaba el indie; y yo que no, que además ya sabes tú lo que odio yo el indie, pero no se lo dije con esas palabras, claro… Y así las dos horas más ligeras que he vivido yo desde que no soy niño.

Pero lo mejor no es lo que hablamos, sino lo que callamos. Recuerdo estar los dos sin decir nada y ser ese el silencio más agradable que haya sellado alguna vez mis labios, casi se recostaba en la curva de mis pestañas de lo tranquilo que estaba…

No me mires así, hombre, que sé lo que me digo y no lo digo por decir.

Que no pasó nada, dice…

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