Aquel viaje de 1974

Aquel viaje de 1974

Cuando le dije entusiasmado a mi padre que había descubierto una famosa aplicación para compartir viajes con desconocidos, apenas se inmutó. Me dijo, sin embargo, que viajar con desconocidos en coche ya lo hacía él hace cincuenta años. Mostré interés por ese comentario; entonces me contó una historia que desconocía.

Mi padre, todos los viernes, cuando salía de trabajar de la fábrica, arrancaba su Renault 6 azul oscuro para recorrer cientos de kilómetros por carreteras tortuosas. Más de once horas de conducción cada fin de semana entre ida y vuelta, pero no le importaba; debía querer mucho a mi madre.

En aquella época, cuando apenas había teléfonos y sin internet, la gente del pueblo de mi madre permanecía ojo avizor ante la aparición de cualquier forastero. La llegada de coches «extraños» despertaba la curiosidad de todos.

En uno de esos fines de semana en los que acudió mi padre, los vecinos descubrieron fácilmente la llegada de alguien de Valencia. La matrícula de un coche que empezaba por «V» así lo demostraba.

El domingo por la mañana, una vecina le dijo a mi madre:
—He visto que ha venido tu novio, ¿podría llevarse a un señor que busca viaje de vuelta?
—Le preguntaré. Siempre regresa con alguien. —Respondió ella que hacía de intermediaria con los viajes de vuelta de mi padre funcionando como la actual aplicación de viajes, aunque de carne y hueso.

La tarde del domingo mi padre fue al lugar de encuentro con ese señor desconocido. Un hombre de mediana edad y de rostro excesivamente serio esperaba.
—Buenas tardes. —Dijo en un tono antipático.

El viaje comenzó y el pasajero, durante el trayecto, miraba por la ventanilla o leía algún recorte de papel. Mi padre le hizo alguna pregunta pero él respondía con monosílabos. Aquel viaje no brilló por la conversación entre ambos ocupantes.

Cuando el viaje finalizó, el hombre le dejó un billete de quinientas pesetas.
—Toma, para gasolina. —Y se despidió de forma muy educada. Mi padre agradeció esa gran generosidad, no se lo esperaba.

Dos años después, mis padres preparaban su boda. Concertaron una charla con el párroco del pueblo. Al entrar a la iglesia, el párroco, de espaldas sobre una mesa, se giró. Mi padre reaccionó con sorpresa. «¡Si es el hombre antipático pero generoso!». El párroco, esta vez sonriente, dijo:
—Recuerdo aquel viaje con usted; fue largo y tranquilo. Espero que vuestro matrimonio se dé de la misma manera.

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