El color de sus amarras, verde con negro,
llamó mi atención. Un muchacho sentado
atándose el cordón de los zapatos.
Melena rubia y suéter geométrico.
Espaldas anchas, y tez caramelo.
La música se escuchaba emitida
con fuerza, por sus audífonos de diadema
verde neón, con orejitas de ratón.
Él se movía rítmicamente cuando terminó.
Un miércoles de mayo, se enamoró mi corazón.
Ridícula me sentí cuando me miró.
Fue amable, porque sonrió.
Yo señalé sus audífonos a modo de interrogación,
él se los sacó, me los puso en la mano
y exclamó: son un regalo de mi hermana menor,
pero puedo averiguar los datos y darte la información.
“¿Te gustan? ¿A que sí?” – “Tienes razón”.
Intercambiamos móviles, y creció en mí la ilusión.
En medio del público, sentía que se me salía el corazón.
Guardó su lápiz y también su borrador.
Sus ojos eran azules, y firme su mentón.
Sus labios fantásticos, de un rosado intenso.
Su físico de película, parecía un actor.
Fanática de sus atenciones, me volví sin control.
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