Por si la necesitas, a mí me ayuda

Por si la necesitas, a mí me ayuda

Tras un breve saludo junto al maletero, ocupó el asiento del copiloto. La conversación sobre el tiempo, el estrés del día a día y los planes futuros duró algunos minutos. Qué agradable, pensó. Le pidió permiso para interrumpir la conversación bajo la premisa de «tener un rato para escribir.» A veces le sucedía: la necesidad de pasar a palabras lo que estaba sintiendo. Sin mayores preguntas, lo entendió a la perfección. 

Era extraño. En ocasiones, cuando escribía en trenes y metros, sentía ojos que observaban curiosos el menester. Esta vez era diferente. Pocos minutos después del silencio, se vio sorprendida por una suave música que invitaba a la concentración. «Por si la necesitas, a mí me ayuda». La siguiente media hora transcurrió sin prisas, entre palabras sobre el papel y ninguna en ese pequeño coche. 

«Gracias. Necesitaba un momento así».

«Gracias a ti. He disfrutado mucho del silencio junto a ti».

Entendió entonces cómo ambos se habían hecho un regalo. Un viaje de tres horas en el que dos (ya no) desconocidos habían compartido silencio. Ausencia de palabras. Comodidad.

Antes de abrir la puerta de su lateral del coche, abrió la guantera y depositó en ella un pequeño papel que decía:

– Mi abuela siempre decía «Si encuentras a alguien con quien estar cómodo sin hablar, quédate cerca. «Sucedió en un Blablacar», firmó.

Bajó del coche, agradeció de nuevo, y se despidieron.

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