Es una fría y oscura noche de diciembre en Evergreen, Louisiana. Las estrellas iluminan el paseo central de la localidad mientras la luna se hace de rogar, oculta entre las nubes.

El silencio que se respira en el pueblo es ensordecedor. Unas cuantas casas, un bar, y un par de cuadras conforman el conjunto de edificios de aquel lugar, que se encuentra habitado por alrededor de 100 personas, la mayor parte ganaderos o agricultores, con excepción del Sheriff, sus ayudantes y la gente del salón. Y en todo ese ambiente, él anima a su caballo a no relinchar, acariciándole el costado para así no llamar la atención, evitar el ruido lo máximo posible. No le interesa, cuando haga acto de presencia los focos se centrarán en él, por lo que prefiere atrasar ese momento.

Prepara un barreño con agua para su yegua Cleany y la acomoda al refugio de la lluvia y el viento, que prometen aparecer esa noche y amargar a los ciudadanos de aquella pequeña aldea.

Da un pequeño paseo por la calle principal, que es a la vez la única, y se acerca a un poste de madera que se encuentra a unos 15 metros. Y entonces, entre todos los carteles de «Se busca», encuentra su cara, su nombre, y una recompensa de 10000 dólares por quien consiga capturarle y entregarle a la justicia. «¿10000 dólares? ¿No merezco un poco de respeto? Debería ser mínimo de 50000…» Dice para sí mismo, con el ceño fruncido, mientras va arrancando todos los papeles en los que se le anuncia.

Tras este pequeño paseo, se sacude las gotas de agua (que ya se han convertido en barro, por aquello del largo camino a caballo) y se saca el palillo de sus dientes, dejándolo caer en el primer y único escalón del establecimiento, liberando así su boca y sus manos de cualquier objeto. Y cuando va a dar el primer paso y cruzar el umbral del local, realiza una última comprobación de su bolsillo interior.

Entonces, entra en el salón, dejando tras de sí las puertas moviéndose con violencia, ya que la furia y el cansancio marcan su paso.

En el momento en que la punta de su pie toca el chirriante suelo del lugar, la gente se gira para ver quien ha podido ser el causante de tal estruendo, y vuelven a girar las cabezas, continuando con lo que estaban haciendo.

Es Harry «Un ojo» Walton. Sus historias son muy conocidas a lo largo y ancho del país, y nadie duda de que la mejor relación posible que se puede mantener con él es no mantener ninguna. Despiadado como nadie, y con una de las mentes más perversas habidas y por haber, no deja que su elegancia desentone con su fama. Un largo abrigo de cuero azul con costuras doradas cubre su objeto más preciado: su revólver verde oscuro, bien guardado en su funda, en uno de los bolsillos de su chaleco. Su pelo está cubierto por un sombrero de cuero marrón oscuro que además oculta su frente y parte de su mirada.

Se acerca a la barra y le ordena al camarero que le sirva un Whiskey solo. «Muy frío», susurra con su grave y rota voz, la voz de alguien que ha vivido (y dejado de vivir) mucho.

Entonces alguien se le sienta a su lado, y él lo amenaza con la mirada, hasta que ve la estrella de su chaleco. Es el Sheriff de la ciudad. Y su actitud, para sorpresa de la gente, cambia drásticamente. De la posible amenaza pasa a la más humilde cortesía, característica de granjeros pobres, no de asesinos en busca y captura. Puede que por ello siga vivo. «Solo mata por justicia». Ese es su lema.

-¿Qué hace usted aquí?

-Estoy de paso señor. No se preocupe por mí.

-No me preocupa usted. Me preocupa su historial, su trayectoria, su interminable página de antecedentes.

-Pero hoy no es el día de cometer un asesinato contra inocentes. Y menos en su pueblo, señor…- dice tendiéndole la mano.

-Collins, pero puede llamarme Evan- responde, devolviéndole el apretón.

-Prefiero tratarle de usted, no soy quien para tutear al Sheriff.

-Me sorprende señor Walton.

-Llámeme Harry, por favor.

-Prefiero tratarle de usted, no soy quien para tutear a delincuen… quiero decir, desconocidos- rectifica tartamudeando el Sheriff, dándose cuenta de su error, ya que «Un ojo» ya no tiene una sonrisa en la boca. La seriedad más absoluta se ha apoderado de él.

-Y tampoco es quien para burlarse de mí.

En un rápido gesto, saca la pistola del cinturón del Sheriff Collins y le apunta a la garganta, mientras con la mano izquierda apunta al dueño del bar con su propia pistola, y ordena que la gente salga de allí, dejándolos a los dos solos. «Nadie más debe salir herido», susurra Walton.

-Bonita empuñadura, Evan. Sí. He decidido que voy a tutearle, ahora ya estoy una posición de ventaja, y ya no tengo que estar arrastrándome ante «usted»- dice con tono sarcástico.

Cuando no queda nadie en el bar le hace sentarse en el sillón del fondo, el más seguro para los intereses del pistolero. Se coloca frente a él, y se bebe tranquilamente, en 3 largos pero calmados sorbos, su copa. La apoya en la mesa y le mira de arriba a abajo, mientras vuelve a coger su pistola verde, que tiene dos letras grabadas: «S.M.» Un gran suspiro acompaña a su acomodamiento en el sillón, y, sabiendo que va para largo, coloca los pies en la mesa. Entonces arranca a hablar otra vez.

-¿Conoce usted a Shana Martins? Por alguna remota casualidad del destino- dice mirándole a los ojos moviendo la cabeza de un lado para otro y haciendo cortos pero discontinuos aspavientos con los brazos- ¿Ha escuchado alguna vez el nombre de esa Señorita?

-No- En ese mismo instante, y pensando en la pregunta que acaban de hacerle, el Sheriff se da cuenta de que la visita de su “acompañante” al pueblo no es algo casual.

-¿No?

-No. Se lo aseguro. No me atrevería a mentirle.

Su interlocutor esboza una pequeña sonrisa y se levanta del sillón de cuero marrón en el que está sentado, sin dejar de apuntar al Sheriff Collins, que también sonríe para no entrar en discordancia con su, probablemente, futuro asesino, y así alargar ese momento.Entonces, comienza a pasear por delante de su acompañante y tras un par de vueltas se para frente a él y, sin dejar de sonreír, retoma la conversación.

-Me sorprenden sus declaraciones. Sobre todo, cuando recuerdo que todo el departamento de policía del condado de Benton en Mississippi me regaló, en forma de «últimas palabras», cómo usted les relató con pelos y señales sus momentos con una chica morena de ojos verdes de nombre Shana y apellido Martins. Sí. Todos-sus-momentos- dice Walton parándose y poniendo efusividad en cada palabra, aumentando su rabia y su enfado con cada pausa.

Y entonces un incómodo silencio se asienta en la sala. Collins no sabe qué es mejor para él (si es que existe un final feliz para este momento) y medita detenidamente su respuesta, porque sospecha que “Un ojo” sabe la verdad y es consciente de que mentirle le costaría la vida, pero decir la verdad podría estar pagado con el mismo precio. No tiene fama de ser misericordioso.

Mientras piensa qué contestar, Harry se impacienta y sus rodillas empiezan a dar pequeños saltos y a danzar en el sitio, y cuando ya no aguanta más se levanta de su asiento y de una zancada se pone a su lado de rodillas, con uno de los revólveres en la cabeza y el otro en el corazón, y le apremia gritando a que hable de una vez, que no tiene toda la noche y que si tiene algo que decir que aproveche para hacerlo ya, porque el tiempo se acaba lentamente.

-Sí, sí, sí- las palabras se escapan nerviosamente de la boca del policía-, lo admito, la conozco. Bueno, la conocí.

-Muy bien, Evan, es un gran paso, pero no he venido cabalgando sin parar desde Mississippi, embarrando mi capa y mis botas, y sin una simple gota de agua para beber, para que usted solamente me “admita” que la llegó a conocer. Porque créame, mucha gente la llegó a conocer- hace una pausa para ver el miedo en sus ojos, y con una media sonrisa en la boca, continúa-. Necesito que me diga qué ocurrió exactamente. Y no quiero verdades a medias, porque al final acaban convirtiéndose en mentiras.

-Bue… bue… bueno. Todo empezó una tarde de invierno hace 3 años: Yo estaba haciendo mi guardia habitual en el pueblo de Uvalde, en Texas, donde estuve sirviendo a los Rangers durante 10 años… Vale, veo que eso no le importa. Prosigo. Estaba en un pueblo de Texas, en invierno, a las 6 de la tarde, cuando de repente los caballos que estaban guardados en el establo salen corriendo en todas las direcciones imaginables, dejándonos a los que allí estábamos sin transporte posible hasta que llegara la primavera, y bastante alejados como para ir andando hasta la estación de tren más cercana (o a San Antonio para comprar nuevos caballos). Entonces, decidí acercarme a ver qué estaba pasando, porque esto no podía haber sucedido de manera repentina.

Mientras va contando los hechos, se va levantando poco a poco del sillón, alejándose paso a paso de las dos armas que no le dejan de apuntar, y ensimismándose en el relato, sin tener en cuenta que está amenazado de muerte por uno de los bandidos más buscados.

-Lentamente, abro la puerta, y descubro a una joven encapuchada que sale por la entrada trasera subida al único caballo que allí quedaba, y parando la cabalgada en el último edificio del pueblo, la tienda, para coger la comida necesaria para el viaje. Ahí fue cuando aproveché yo para acercarme y situarme en disposición de detenerla, escondido tras el caballo. No sabía si llevaba armas o si simplemente era una muerta de hambre que quería una vía de escape para su vida en Uvalde, por eso me escondí ahí, pero cuando salió tras vaciar la trastienda a la pobre señora McMillan pude encontrarla desprevenida y detenerla. Entonces la llevé a la comisaría, donde estuvo poco, ya que la procesé muy rápido, y a las dos horas ya estaba en uno de los calabozos. Y ahí, tuvimos la oportunidad de conocernos.

-Es un buen inicio de historia, y estoy seguro de que a tus amigos Rangers les encantaría escucharla, pero a mí no me interesa la parte de cómo te enamoraste de su mirada nada más verla- dice Walton de manera irónica mientras se levanta él también y se pone a su altura- si no la parte de por qué dijiste que la conociste, y no que la conoces. ¿Qué está dando a entender, Sheriff?

-¿Yo? Nada, nada. Me refería a que la llegué a conocer, pero que ahora no sé donde está, ni qué hace, ni por qué está aquí preguntándome por ella, siendo sincero.

-Oh, Sheriff… Por favor, no insulte a mi inteligencia. Claro que sabe dónde está, y qué hace, aunque sí le doy el beneficio de la duda con el motivo de mi visita.

-Pues… Ehm, no sé, no sabría decirle, señor…

-¡Pues piense un poco!

-A ver, es que…

-¡Corten! ¡Corten! A ver, que alguien me explique qué acaba de pasar- el director se baja de su silla, las cámaras dejan de grabar y se acerca a la zona de grabación-. Toda la escena iba de maravilla, hasta que de repente le ha entrado la amnesia a tu personaje y ya no has sabido qué decir, sin parar de repetir todo el rato que no sabes, que si “señor”, que te olvidaste de su nombre… Joder James, el Sheriff está acojonado, pero sabe perfectamente qué ha pasado, y tiene que intentar alargar la escena un poquito más para conseguir esa tensión que naturalice la escena… que sé que te gusta improvisar, y ya sabes que me parece bien, pero no estabas improvisando, empezabas a parecer un disco rayado que se repite sonando cada vez peor- le dice de manera tajante el director Wescott a James Sonnerfield, mientras Marcus Watson da vueltas por el plató repitiendo una y otra vez las frases que su personaje, Harry Walton, el famoso bandido de finales de siglo XIX, tiene que decir una vez se retome la escena.

-¿De nuevo desde el beneficio de la duda? ¿O quieres retomarlo un poco antes para coger carrerilla?- impaciente, le pregunta a un director que acaba de mandar a su compañero de reparto al camerino, y que le da una palmada en la espalda mientras anuncia un parón de 5 minutos.

En aquel momento, todo el mundo se dispersa y la gente se divide entre el baño, una de las puertas que da al exterior, y que permite la realización de un par de caladas a un pitillo mal apagado y que no sabe bien pero les relaja, y la zona de comida y bebida, zona en la que Watson se detiene un segundo para beber una taza de café. Nunca le ha gustado, pero necesita despertar, y sabe que si quiere cumplir sus propias expectativas ha de ser más vivaz en su interpretación, y eso sólo lo consigue el amargo brebaje (no merece ser llamado café) que allí sirven.

Con el vaso de plástico en la mano pasea alrededor del plató y, por la otra puerta que da al aire fresco de esa mañana de mayo en Nueva York, sale para contemplar el cielo, los edificios, los árboles, y pensar. Pensar en qué le ha llevado a aceptar ese papel. Un papel que nunca quiso, que rechazó la primera vez que se lo ofrecieron, y que le pareció aburrido y con poco margen de éxito cuando leyó la primera escena del guión. Hasta que se enteró de que iba a representar a Harry Walton, y que iba a poder contar la historia del pistolero que llegó a ser el icono de una época.

SINOPSIS

Todo empieza una tarde de Noviembre, cuando un guión sobre la vida de Harry Walton llega a las manos del actor Marcus Watson. No sabe muy bien quién es ese bandido al que llaman “Un ojo”, y que le piden que interprete para la próxima película del Charlie Wescott, por lo que decide investigar sobre la vida del pistolero más buscado de Estados Unidos a finales del Siglo XIX. Pero todo cambia cuando descubre quién es, y no duda en aceptar el papel, envolviéndose en el personaje, convirtiéndose en él para las cámaras, y uniendo sus personalidades en la vida real. Porque cuando la historia oculta es atractiva, la historia que se cuenta toma mucho más valor del esperado.

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