Conducía con dificultad por la M-30, atascada. Yo observaba a los dos jóvenes pasajeros por el retrovisor sin prestarles mucha atención a sus indumentarias. A mi edad ya nada parece sorprenderme y seguí conduciendo en silencio.
—Ibas puesta de gin-tonics —dijo uno, visiblemente cabreado y con afectación.
—Estoy harta de oír tanto gilipollismo —replicó el otro con desdén dando un manotazo al aire.
—¡Es que no te entiendo, monina!
—Pues yo no hablo suajili para que no me entiendas, maricón.
—Creo que no es este el sitio para discutir otra vez. No montes una escena.
—Me duele aquí, en el lado de la pena por tu traición —aseguró con amaneramiento de bolero señalándose el corazón.
—Lo que te duele no es la traición, es la culpa —protestó el otro con una rabia contenida.
—No me pongas ahora esa cara de “yo no fui”. ¡Vi la foto de ese tío en pelotas en tu Instagram!
—Cálmate y no grites.
Me volví ligeramente hacia ellos, tratando de imponer calma.
—Agradecería que os tranquilicéis los dos. Todavía nos queda bastante viaje para llegar a Barcelona, y no quiero problemas.
Sentada a mi lado, en el asiento del copiloto, estaba “Charificación Fernández”, una mujer conocida por sus apariciones en ciertos programas de la televisión y por su repentina transformación en “mujer moderna”, después de los cincuenta. Llevaba el pelo teñido de un llamativo color celeste y unas gafas con cristales azulados y montura de un alarmante amarillo.
—Yo antes era una Charo de clausura y de derechas. Toda mi vida he sido una promiscua espiritual —dijo, sin venir a cuento, como si estuviera pensando en voz alta—. Pero ahora voy a follar tanto como pueda y, por supuesto, a defender a las mujeres.
—¡Y a nosotras también! —gritaron con mucho orgullo los dos de atrás.
—De nada me sirvió estudiar magisterio… —me dijo mirándome con sus gafas—; pero con esta juventud no hay quien pueda —añadió, señalando con la cabeza a la joven pareja de modernos que venían detrás.
Pasado un rato, entre el silencio interrumpido por el monótono ruido del motor, los tres se pusieron a bucear wasapeando durante todo el viaje.
“Bueno, ya soy demasiado mayor para entender todo esto…”, pensé.
—¡Es una alegría viajar en compañía tan diversa y tan animada! —. Eso fue lo que dije una vez finalizado el viaje, sin ánimo de ser políticamente incorrecto.
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