La conductora no dejaba de mirarme a través del retrovisor.
Fuera, llovía a cántaros. El viento azotaba las ventanillas, desparramando litros y litros sobre el coche que avanzaba por esa carretera oscura y solitaria.
Comencé a ponerme nerviosa. Sospechaba lo que iba a suceder. Y no, ¡no quería pensar en ello! La simple idea me aterrorizaba.
Ella… seguía mirándome. Guardando en secreto sus intenciones.
—Menuda noche…—comenté a media voz, tratando de rebajar la tensión, pero no dio resultado.
Tragué saliva.
Podía apreciar las gotas de sudor que, a pesar del frío afuera, perlaban la frente de la anfitriona. La conocía perfectamente, y, pese a todo, esa noche parecía tan… diferente.
Carraspeé. Puede que eso la animase a hacerlo de una maldita vez. Si iba a ocurrir, cuanto antes, mejor.
Entonces agachó la vista. Abrió su ventanilla un instante, arrojando al exterior un cigarrillo que a punto estaba de quemarle la yema de los dedos.
—Este viaje no es como los demás—le temblaba la voz.
—Lo sé. Hazlo de una vez.
Un relámpago partió el horizonte. Temblé.
La conductora cambió ligeramente de dirección. El GPS recalculaba la ruta una y otra vez; pero nadie hizo caso a sus indicaciones. Nos adentramos por un sendero embarrado que conducía a ninguna parte. Aquel sería el lugar perfecto: aislado, sin testigos.
Se detuvo y abrió la guantera.
—Sofía—comenzó—. Nos conocemos desde hace tiempo. Hemos hecho esta ruta cientos de veces. Pero…este viaje acaba aquí.
—Estoy preparada—respondí, desafiante.
Entonces, abrió el pequeño cofre que había permanecido guardado todo el tiempo en la guantera, y que ahora descansaba escondido entre sus manos.
—Quería mía, ¿quieres casarte conmigo?
Un par de lágrimas, contenidas en mis párpados hasta ahora, rompieron al fin, lanzándose al vacío.
—Oh, pensaba que nunca te atreverías.
—Nunca habría dejado escapar esta ocasión.
—Tampoco yo lo habría permitido.
—¿Eso es un…?
—Un sí, amor. Te quiero.
Ella suspiró, liberando toda la tensión que la atenazaba desde el inicio del viaje.
Desde el inicio… en el punto donde solía recogerme. Desde esa primera vez que subí en su coche. Desde el día en que aquella plataforma de viajes compartidos conectara nuestros destinos, sellándolos para siempre.
A pesar de la lluvia, salimos del coche y nos abrazamos. El verdadero viaje empezaba ahora.
En un futuro, no muy lejano, contaríamos a todo el mundo que nuestra historia… sucedió en un coche.
OPINIONES Y COMENTARIOS