Algo en ella no cuadraba – Lucía Ballester Bellver

Algo en ella no cuadraba – Lucía Ballester Bellver

L. B. Bellver

22/10/2024

«Qué asco de manos. A mala hora he aceptado yo a esta tía tan rara», pensó Emilio con aspereza, apretando el volante con fuerza. La chica que había entrado en el coche acariciaba su chaqueta algo tensa. Emilio no pudo evitar una mueca de incomodidad. Algo en ella no cuadraba.

En la aplicación de BlablaCar ponía que se llamaba Lita, y que tenía que ir a Madrid. Nada más. Un nombre extraño para una persona aún más extraña, con aspecto errante, el rostro algo sucio y una chaqueta reposando sobre sus rodillas y abdomen, ocultando algo.  

«Problemas de drogas. O ha robado», suspiró Emilio. Llevaban más de veinte minutos de trayecto, y decidió que no iba a estar dos horas así. Emilio no toleraba los silencios muy largos en sus viajes compartiendo coche. Y sus sospechas lo estaban volviendo loco.

—¿Todo bien? —preguntó con su voz grave para llenar el incómodo silencio.

Lita asintió y se aferró a su chaqueta, sonriendo nerviosamente. Emilio percibió un poso de alivio en sus ojos claros. De pronto, la expresión de la chica cambió y súbitamente, gritó.

Emilio frenó de golpe y, al darse la vuelta para ver qué pasaba, se sintió extremadamente culpable: bajo la chaqueta, la joven solo trataba de ocultar una enorme tripa de embarazada. Las manos de ella, estaban empapadas de un líquido ligeramente amarillento. La chica estaba de parto y parecía asustada. Emilio se repuso del shock y condujo a toda velocidad hasta el hospital más cercano.

Las luces brillantes y el caos de la sala de emergencias les dieron la bienvenida. En cuanto cruzaron la puerta, un escuadrón de enfermeras con miradas decididas y una habilidad sorprendente para maniobrar sillas de ruedas rodearon a Lita y la acomodaron. Emilio no sabía si quedarse. Se sentía decepcionado por haberse dejado vencer por sus prejuicios. Hizo ademán de marchase.

—¡No te vayas, por favor! —Lita le tomó del brazo y susurró. —Quédate…

Las enfermeras continuaban a lo suyo, y finalmente, la más veterana —una mujer seria y delgada como un hilo de sutura— habló:

—Llévenla al box nueve —luego miró a Emilio—. Anda, no te escapes, que los papás siempre sois unos cagaos…

Emilio no se atrevió a corregir a la enfermera, y en lugar de eso, esbozó una leve sonrisa hacia Lita la cual, a pesar del dolor, rió.

Emilio se quedó a su lado. Y hasta que la nueva vida llegó al mundo, no le soltó de la mano.

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