La carretera serpenteaba entre campos de girasoles, y el cielo se desplegaba limpio sobre nosotros. Ajusté el retrovisor, con una sonrisa que ni yo mismo entendía del todo. Había salido de Barcelona rumbo a Zaragoza, y mis compañeros de viaje parecían tan dispares como el paisaje que íbamos dejando atrás.
A mi derecha, Carmen, con el móvil en mano, y atrás, Pedro y Clara, charlaban animadamente. En la radio, una canción que no conocía terminó cuando Pedro decidió lanzar una pregunta al aire, rompiendo la monotonía del ronroneo del motor.
—Vale, pregunta del millón: ¿Cuántas canciones podéis nombrar con la palabra «luna» en el título?
Me reí, sorprendido por el rumbo de la conversación. Respondí rápidamente.
—*Hijo de la Luna*, de Mecano.
Clara se unió a la fiesta.
—*Luna*, de Zoé.
El coche se llenó de voces mientras cada uno lanzaba un título, tarareando estribillos y tratando de ganarse una corona de experto musical. Hasta Carmen, que había estado distante, dejó su móvil y se unió al juego.
Cuando Pedro levantó las manos, derrotado, sonrió.
—Vale, ganáis. Pero a ver esta: ¿cuál es la cosa más rara que habéis hecho en un coche?
El silencio inicial fue roto por las risas. Carmen fue la primera en hablar.
—Yo una vez traté de cambiarme de ropa en el asiento de atrás —dijo, riendo—. No lo recomiendo.
Me encogí de hombros.
—Yo llevé un par de gallinas en el maletero, una vez. Por un favor a un amigo.
Las carcajadas se multiplicaron. Clara miró a Pedro y soltó:
—Pedro y yo nos conocimos en un viaje como este.
Pedro se rió y añadió:
—A mitad del trayecto, nos dimos cuenta de que teníamos entradas para el mismo concierto… ¡en la ciudad de donde salimos!
Las risas llenaron el coche, y durante unos minutos, todos nos dejamos llevar por la absurdidad de la vida. La carretera continuaba, pero el tiempo parecía haberse detenido.
Al llegar a Zaragoza, nos despedimos con abrazos y bromas. Mientras los veía alejarse, pensé que a veces los viajes se convierten en algo más que traslados. La carretera regala historias y momentos que se cuelan entre las grietas de lo cotidiano, como un rayo de sol inesperado.
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