Soraya, llevaba meses compartiendo viajes en BlaBlaCar con Daniel. El trayecto entre la ciudad y el pueblo se había convertido en el momento más esperado de la semana, lleno de discusiones emocionantes sobre ciencia, filosofía… En las que a menudo, uno acababa las frases del otro.
Un día, otro pasajero dijo: «Cristian, ¿coges autopista?». Soraya dijo: “-Se llama Daniel”. «-En realidad… soy Cristian», respondió él, visiblemente incómodo.
Soraya sintió un nudo en el estómago. «¿Y por qué no me has corregido nunca?», preguntó con decepción. Cristian suspiró. “Supongo que… Me gusta que me llames Daniel».
Soraya estaba avergonzada. Le llamaba así porque es lo que rezaba su alias de Blablacar ¿Por qué le había ocultado su verdadero nombre? ¿Realmente le gustaba que le llamara en un modo diferente o se había estado riendo de ella?
“¿Hay algo más que no sepa de ti?», preguntó Soraya molesta. Cristian dudó un momento. «-Bueno, que voy para cura». “-Sí claro… Pero si ¡te cuelas en el peaje!” Ante la incredulidad de Sofía, Daniel se sacó el rosario del cuello. Ella seguía con la cara obtusa, así que sin dejar de conducir, Daniel levantó un pie para enseñarle su zapato. Si existe un tipo de zapatos para cura: eran esos.
No podía creerlo. Habían compartido horas de viaje, habían hablado de todo y no sabía a quién tenía sentado al lado. Se sentía tonta y traicionada. Parecía que él hubiera construido una imagen para ella.
«-Mis amigos se descojonan cuando escuchan tus audios, eres la única que me llama Daniel». Soraya notaba que se ponía colorada. No abrió la boca el resto del viaje. Al llegar, Soraya se despidió de Cristian sin mirarlo a los ojos. Estaba confusa y desorientada. ¿Cómo podía haber sido tan ingenua? Pero antes incluso de descargar la maleta… Pip pip: whatsapp de Daniel: “Creo que uno de los dos se está equivocando.” Soraya no respondió.
Pasaron meses sin que supieran nada el uno del otro, hasta que, un día, Daniel publicó un viaje y una joven llamada Sorso, sin foto de perfil, le reservó. Soraya sabía que viajaba con un tal Cristian… Pero tampoco cayó. Nada más verse dijeron a la vez: “Has cambiado tu nombre en Blabla…” Sonrieron. “-Intenté contactarte -dijo él- He colgado el hábito… ¡y los zapatos!” «-Y yo me los he puesto… Ahora soy: “Sor Soraya”.
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