Allá por 2016, con apenas 24 años, me embarqué en una de esas aventuras que solo se hacen cuando eres estudiante y el presupuesto es más ajustado que tus vaqueros favoritos. Desde Jaca (Aragón), conduciría hasta París primero y luego hasta Múnich. ¿La clave del ahorro?: BlaBlaCar.
El tramo Jaca-París resultó más social de lo que imaginaba. En Burdeos recogí tres chicas francesas y, como sorpresa, a una autoestopista más. Ahí iba yo, el único español que apenas chapurreaba francés, rodeado de cuatro francesas. Pero oye, la conversación fluía, y el ambiente era una fiesta… hasta que un radar nos cazó a 93 en una zona de 80. Mala mía, lo sé.
El guardia se acercó, y yo, con mi francés torpe, traté de explicarme. Mientras, las chicas se pusieron a hablar con el policía como si estuvieran negociando en las rebajas. Le dijeron que era un buen chico perdido en esos caminos rurales, y para mi sorpresa, ¡funcionó! Con una sonrisa el policía me dijo «¡La última vez!», y nos dejó seguir como si nada. Finalmente, llegamos a París sanos, salvos y sin multas.
Al día siguiente, París-Múnich también se venía internacional. Esta vez mis pasajeros eran un chico de Mongolia y otro de Afganistán. El mongol era un turista completamente desubicado, mientras el afgano y yo tratábamos de comunicarnos en un popurrí de idiomas. Casi saliendo de Francia, cerca de Metz, ¡zas! Otro radar. Otra vez a 93 en una zona de 80. Ya parecía una broma de mal gusto.
El policía llegó y esta vez no tenía a mis heroínas francesas para salvarme. Con mi francés macarrónico, intenté explicarle que ahora no podía pagar la multa, ya que lo que tenía lo había invertido en gasolina y peajes y BlaBlaCar me transferiría en unos días. El policía no parecía convencido, y el mongol, ajeno a todo, decidió irse a hacer pis entre unos árboles.
El agente me advirtió que si no pagaba ya, bloquearía el coche. Ahí fue cuando solté mi carta final: “Soy estudiante.” El tipo me miró, suspiró y, como si de un milagro se tratase, me dijo: “Me doy la vuelta y os vais, ¡pero que sea la última vez!”
Grité al mongol que corriera al coche, y salimos de ahí escopeteados. El policía nos despidió sonriendo y advertiéndome una vez más: “¡La última vez!”
Casi diez años después, puedo asegurar que esa fue la última vez que me saltó un radar.
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