Caminos Fragmentados

Caminos Fragmentados

Rodriac Copen

21/10/2024

Caminos Fragmentados

La Dra. Aline Knorr, era una neurocientífica brillante, que había dedicado su vida a desentrañar los misterios de la mente humana. Junto a su ayudante Esther, una joven y apasionada investigadora, habían estado trabajando en un proyecto experimental que combinaba el estudio de frecuencias cerebrales y la concentración. Lo que comenzó como una investigación sobre los diferentes estados neuronales había dado un giro inesperado hacia un descubrimiento más profundo.

Durante una sesión rutinaria en el laboratorio, Aline se encontraba ajustando las escalas para medir la frecuencia cerebral de un sujeto de pruebas, cuando algo extraño ocurrió en el dispositivo destinado a medir la actividad cerebral.

Los resultados no coincidieron con los patrones esperados. Esther, sentada junto al paciente, observaba con cautela la pantalla cuando se dirigió susurrando a la Dra Knorr -«Mira esos picos, Aline… no son normales. La resonancia cerebral está fuera de lo que habíamos registrado hasta ahora.»-

Aline observó fijamente la pantalla -«Lo sé… Pero hay algo aquí. Es como si las ondas estuvieran respondiendo a algo más… algo más externo que a la concentración del sujeto. Vamos a repetir el experimento, pero esta vez ajustaremos el generador de frecuencias a la resonancia máxima. Quiero ver qué sucede cuando llegue al límite.»-

Esther asintió y ajustó el generador. Ambas observaron en silencio mientras las ondas cerebrales del sujeto se alineaban con la nueva frecuencia. De repente, las lecturas cambiaron drásticamente, mostrando patrones completamente desconocidos a una muy alta frecuencia.

Aline dijo en tono bajo, casi para sí misma -«Esto no es solo actividad cerebral normal… Parece que estamos captando algo más.»-

Esther miraba con asombro -«Aline, ¿sabes qué significa esto? No se parece a nada que hayamos visto en las mediciones previas.»-

Aline se mostró entusiasmada y respondió muy bajo para evitar alterar a Frank, el sujeto de pruebas cuyo cerebro estaban estudiando -«Esther, creo que Frank ha entrado en contacto con un plano superior de la conciencia. ¿Recuerdas la teoría de la supraconciencia? El concepto de que todas las mentes están vinculadas en un nivel más profundo, más allá del tiempo y el espacio…»-

Esther estaba perpleja -«Sí, pero eso es solo teoría especulativa. ¿Estás diciendo que Frank encontró una manera de acceder a ese plano?»-

Aline dijo -«Eso parece. Lo que estamos viendo aquí no es simplemente la actividad de la mente de Frank en el presente. Si es lo que digo… es como si sus ondas cerebrales estuvieran interactuando con sus propias versiones del pasado. La supraconciencia trabaja en planos atemporales. Si estoy en lo correcto, Frank podrías estar enviando pensamientos, intenciones… al pasado… a la supraconciencia.»-

Esther frunció el ceño, dudosa -«¿Enviar pensamientos al pasado? Eso suena… imposible, Aline. ¿Cómo podría algo como eso funcionar sin romper todas las leyes que conocemos?»-

Aline sonreía con una mezcla de emoción y temor -«Ahí también es donde reina la física cuántica. En el nivel más fundamental de la supraconciencia, el tiempo no es lineal, es una serie de probabilidades. Si la conciencia puede navegar ese espacio… podría influir en eventos pasados. Lo que estoy sugiriendo es que nuestra mente, a través de la supraconciencia, puede ser capaz de alterar el pasado. Piensa en lo que esto significa: podríamos reescribir decisiones, modificar el curso de nuestras vidas actuales ajustándola a mejores estándares.»-

Esther retrocedió un poco, impresionada pero inquieta -«Es fascinante, pero también peligroso. Si cambiamos algo en el pasado, ¿qué le pasaría a nuestro presente? ¿Cómo controlaríamos las paradojas?»-

Frank, el sujeto de pruebas, pareció salir del trance profundo que estaba experimentando mientras las ondas cerebrales volvían al estado normal de vigilia. Tanto Aline como Esther le observaban con curiosidad. Una vez que el hombre estaba consciente y despierto, se enderezó de la camilla. La Dra Knorr y su ayudante se abocaron a quitarle los sensores y las sondas que tenía pegadas a diferentes partes del cuerpo.

No quería influir en las observaciones del hombre, por eso Aline le preguntó casualmente y tratando de no sonar nerviosa. -«¿Y bien Frank? ¿Qué tal tu meditación?»-

Frank se estiró satisfecho, como si hubiera estado durmiendo por mucho tiempo -«¡Excelente, doctora! Por primera vez desde que me estudia, llegué a un estado de meditación profunda… logré localizar mis registros akásicos»- El hombre se notaba entusiasmado.

Aline le confirmó -«Algo diferente hemos visto hoy en las ondas cerebrales. Algo que no hemos visto en las sesiones anteriores»- No quiso especificar más -«Dime, Frank ¿Qué hiciste con tus registros akásicos»-

Frank respondió mientras le despegaban los últimos electrodos de los brazos -«Bueno, nada inusual. Traté de abrirlos, buscar lo que me molestaba y de alguna manera, sacar conclusiones y ver la forma en que el problema desparezca… lo de siempre»- Hizo un pequeño movimiento con los hombros.

Si las conclusiones de Aline y Esther eran correctas, justamente el contacto del hombre con esos registros akásicos eran lo que los científicos llamaban la supraconciencia. Tomar contacto con ella, era llegar al inconsciente colectivo de los siquiatras, que regía la morfología básica de los pensamientos humanos. Y sobre todo, conectaba a los seres vivos en un espacio fuera de la realidad material de las tres dimensiones y operaba fuera del tiempo.

Si todo había ido bien, Frank, a través de la interacción con la supraconciencia, debería haber operado con sus problemas en el pasado inmediato y generar cambios que de algún modo modificarían su presente.

Ahora venía lo importante: compararían sus signos vitales antes de la meditación con sus signos vitales actuales para ver si el cambio se había operado. Aline esperaba con ansiedad mientras Esther tomaba los nuevos parámetros. La presión arterial de Frank había bajado levemente, las pulsaciones de su corazón habían disminuido un cinco por ciento. El tono muscular se había relajado un diez por ciento. El resto de los parámetros permanecía igual y estable.

Esther sabía que esta investigación tenía un valor especial para Aline.

La doctora Knorr había pasado años atrapada en un matrimonio sin amor, donde el brillo inicial de la relación se había apagado desde hacía mucho tiempo. Aunque amaba profundamente a sus dos hijos, el peso de la infelicidad que sentía al lado de su esposo la asfixiaba. Lo que más atormentaba a la investigadora no era el presente, sino una pregunta persistente que jamás había logrado acallar: ¿qué habría pasado si no hubiera dejado a Roger, su novio?

Roger había sido el novio de la juventud, el hombre que la había hecho sentir plena, comprendida y amada. Se habían separado por razones que en su momento parecían insalvables: metas de vida divergentes y sueños profesionales que los llevaron por caminos diferentes.

Luego, Aline conoció al que sería su marido, un hombre estable y fiable, pero que con el tiempo había perdido la pasión y la conexión. El afecto que alguna vez había sentido por él, se había disuelto en la rutina y la indiferencia. Las dudas y los arrepentimientos sobre su relación con Roger habían comenzado a florecer como sombras que no podía ignorar.

Todo eso cambió el día en que Aline hizo un descubrimiento revolucionario en su laboratorio. Como neurocientífica, era una de las mentes más brillantes de su generación, y junto a su joven asistente Esther, habían estado investigando los límites de la conciencia humana. En medio de un experimento con frecuencias cerebrales y teorías cuánticas del tiempo, Aline había desbloqueado accidentalmente una técnica que, según parecía le permitía a las personas enviar pensamientos al pasado, más específicamente, a su yo del pasado que formaba parte de lo que los científicos habían comenzado a llamar «Supraconciencia».

Esa técnica no solo permitía comunicarse con versiones anteriores de uno misma, sino también influir en sus decisiones pasadas para modificar el presente. Aline comprendió de inmediato el poder que tenía en sus manos, y la tentación fue imposible de resistir. ¿Y si pudiera cambiar esa única decisión que había arruinado su vida? ¿Qué habría sido de su vida si en su momento hubiese elegido quedarse con Roger, el amor de su vida?

Sentada en el laboratorio, con las luces bajas y las ondas cerebrales sincronizadas, Aline respiraba hondo. Esther observaba desde un rincón, preocupada. Después del éxito inicial con Frank, la doctora Knorr no quería perder más tiempo y había decidido convertirse ella misma en un conejillo de indias de su propia investigación.

Esther preguntó por enésima vez -“Aline, ¿estás segura de esto? Sabes que no podemos prever las consecuencias.”-

Aline miró al vacío mientras reflexionaba en su propia vida. Respondió -“No puedo seguir preguntándome ‘qué habría sido si…’. No puedo seguir viviendo con esa duda. Tengo que intentarlo.”-

El dispositivo estaba listo, las ondas de su cerebro decían que su conciencia estaba a punto de integrarse a la superconciencia, a ese espacio en donde el tiempo era un eterno presente. Aline fijó su mente en el momento exacto: el día en que conoció a su marido actual, veinte años atrás. Si lograba influenciar a su yo del pasado para que rechazara ese encuentro, podría intentar reconstruir la relación con Roger.

La máquina zumbó suavemente cuando comenzó el proceso. Aline cerró los ojos y se concentró, enviando un solo pensamiento a su versión más joven: «No lo elijas. Quédate con Roger». Aplicó la misma técnica que Frank había empleado apenas un par de días antes. Su cuerpo comenzó a relajarse mientras sentía la sensación que todo daba vueltas a su alrededor. De alguna forma, notó su conciencia retroceder y una sensación de estar recorriendo un túnel de espaldas, le hizo sentir que era atraída por la supraconciencia. El tiempo parecía haberse detenido mientras los estímulos externos se apagaban poco a poco. Lo último que sintió antes que la negrura total le envolviera, eras las palabras de Esther que apenas le llegaban como susurros que ingresaban a su mente.

No tuvo noción del tiempo transcurrido. Cuando Aline abrió los ojos, se dio cuenta de inmediato que algo había cambiado. Estaba en casa, pero el ambiente era diferente. Las paredes que habían estado decoradas con fotos de su familia, ahora mostraban imágenes de ella y Roger. Su corazón dio un vuelco. «Lo he logrado», pensó.

Bajó las escaleras y lo vio. Ahí estaba Roger, su cabello un poco más canoso, pero la misma sonrisa cálida. Los recuerdos comenzaron a reorganizarse en su mente: cómo habían seguido juntos, cómo se casaron y formaron una vida. Se sentía feliz, en paz, hasta que sus hijos entraron en la habitación. Pero algo no estaba bien.

Eran diferentes.

Los dos niños que la miraban no parecían ser sus hijos. Eran otros. Distintas facciones, otras personalidades, otros nombres. Un vacío se abrió en su pecho. Se dio cuenta que su familia ya no era la misma. Los había perdido. Al cambiar su pasado, también había cambiado la naturaleza de los hijos que conocía y amaba. Su felicidad con Roger había borrado la existencia de sus hijos.

Aline, devastada por el resultado, decidió intentarlo de nuevo. Llamó a Esther, pero fue innecesario. Ya habían quedado en juntarse en el laboratorio para realizar la primer experiencia de regresión temporal en ella misma. Hacía un par de días apenas que Frank lo había intentado. Curioso y extraño. En esta línea temporal, experimentaría por primera vez la regresión. Pero en su propia línea, hoy lo intentaría por segunda vez.

Habló unos minutos con Roger y después volvió al laboratorio para ajustar al dispositivo. Con la certeza que el método funcionaba, decidió que esta vez, enviaría un pensamiento distinto, algo que la llevara a mantener a sus hijos originales pero que le permitiera también estar con Roger. Con Esther ajustaron las frecuencias, enfocándose en un nuevo momento del pasado, años después de conocer a su esposo, pero antes de que nacieran sus hijos.

-«No dejes a Roger. Encuentra una forma que la relación funcione»- Ese fue el mensaje que envió a su yo más joven, esperando encontrar un equilibrio entre ambos mundos.

Cuando volvió a despertar en el presente, se encontraba en una casa lujosa, más grande que la anterior. Los recuerdos de los años con Roger volvieron a invadir su mente: tenían éxito, estabilidad económica, y, lo más importante, sus hijos estaban allí. Pero mientras examinaba su nueva vida, empezó a notar pequeños detalles que la inquietaban. Roger no era el mismo hombre que recordaba de años atrás.

Su esposo era distante, frío, absorbido por el trabajo, y la conexión que alguna vez compartieron ya no existía. A medida que repasaba en su mente la vida con él, descubría que a pesar de que estaban juntos, él nunca fue capaz de darle el mismo nivel de amor y entrega que alguna vez tuvo. En este nuevo presente, aunque sus hijos existían bajo las formas de sus hijos originales, la relación con Roger se había deteriorado de una manera diferente, y el vacío emocional que sentía desde el principio, seguía presente.

Desesperada, Aline decidió intentarlo una vez más. No le dijo a Esther que este sería el tercer intento. No estaba dispuesta a aceptar ninguna de estas versiones de su vida. Se dijo a sí misma que esta vez debería encontrar la manera perfecta de mantener al Roger original, a sus amados hijos, y a la felicidad que tanto anhelaba.

Cuando envió el último mensaje a su yo del pasado, algún problema en la electrónica de los equipos, generó un cortocircuito y cuando retrocedía por el túnel para conectarse a la supraconciencia, algo en la máquina causó un error inesperado. Las líneas de tiempo comenzaron a superponerse en su mente, mezclando fragmentos de recuerdos de pasados diversos y presentes divergentes. De repente, su mente estaba enredada en múltiples versiones de su vida. No era capaz de determinar cuál de las realidades que veía era parte de su línea temporal. En una de ellas, Roger estaba vivo y con ella, pero sus hijos no existían; en otra, su esposo seguía siendo el mismo, pero ella no podía recordar a Roger; en una tercera, su vida profesional estaba destruida.

La realidad empezó a fragmentarse a su alrededor. Se sentía incapaz de mantener la coherencia. A través de su mente analítica, Aline se dio cuenta que, al intentar cambiar el pasado y así corregir su presente, la exquisita coreografía de cada uno de los componentes que formaban su vida, se reestructuraban, se deformaban o se reconstruían. Era un laberinto de encrucijadas que sólo le permitían viajar hacia el futuro. Se dio cuenta que había perdido por completo la orientación. Sus recuerdos comenzaron a desvanecerse, su vida pasada y presente colapsaban en una serie de paradojas que resultaban imposibles de reconciliar.

Aline abrió los ojos. Estaba en el laboratorio, en medio de los preparativos para iniciar el experimento… una vez más. Esther estaba ocupada programando los equipos. Se enderezó en la camilla y se quedó en silencio por un momento, consciente de las implicaciones. La promesa de cambiar su propia vida había comenzado a nublar su juicio. En su mente, surgió una única pregunta: ¿Y si este no era el camino?
Tal vez el error consistía en cambiar de esposo. Quizá si pudiera cambiarse a sí misma para transformar todas las decisiones que consideraba erradas y que le habían atormentado en los últimos años…

Aline dijo susurrando para sí misma -«Si pudiera hablar con mi yo de hace veinte años… Cambiar mis propias perspectivas…»-

Esther se dio vuelta preocupada -«¿Aline? ¿De qué hablas?»-

Aline se levantó de la camilla mientras se despojaba de los electrodos. Se acercó para mirar por la ventana del laboratorio, con la vista perdida.

Le dijo a Esther -«Mi matrimonio, Esther. He pasado años preguntándome si tomé la decisión correcta. Roger… era el amor de mi vida antes de conocer a mi esposo. Siempre me he preguntado cómo habría sido mi vida con él. Si tengo la oportunidad de enviar un pensamiento al pasado y cambiar esa decisión… todo terminaría siendo diferente. Pero seguiría siendo infeliz. Siempre habrán decisiones erróneas.»-

Esther respondió cautelosa -«Aline, esto puede ser peligroso. No sabemos qué consecuencias podría tener. Jugar con el pasado, incluso en pequeñas dosis, podría destruir lo que conocemos.»-

Aline, volviéndose hacia ella con determinación -«Me he dado cuenta de eso, Esther. Si tenemos el poder de corregir nuestros errores… ¿vale la pena arriesgar lo que hemos conseguido?»-

Esther respira hondo, consciente del dilema moral que Aline enfrentaba. Sin saber que el experimento ya llevaba tres intentos fallidos, y pensando que lo ejecutarían por primera vez esa maña, sintió un escalofrío recorrerle la espalda al pensar en lo que estaban a punto de hacer.

Esther estaba seria al decir -«Si haces esto, Aline, no habrá vuelta atrás. Y tienes mucho para perder si algo sale mal.»-

Aline dejó de mirar por la ventana. En este presente tenía a sus amados hijos, pero había sido abandonada por su esposo hacía más de doce meses.

Aline finalmente dijo -«No lo voy a intentar.»-

Esther, visiblemente aliviada, comenzó a apagar los equipos.

Sobre el escritorio, el celular de Aline empezó a emitir un zumbido sutil. Era un número desconocido. La doctora Knorr decidió atender. Del otro lado de la línea, reconoció la voz de un fantasma que le atormentaba desde mucho tiempo atrás. Era Roger.

FIN

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