La cordillera de los Andes se abre en bocas de colores y las montañas lucen sus mejores galas en verano. El camino alternativo es de ripio y se hace cuesta arriba justo en sentido contrario de ese río que baja con todas sus fuerzas. El cartel rompe la monotonía y ofrece una delicia de la zona: frutillas. Decidimos hacer un descanso y aprovechar de comprar además dulces y conservas. Ya llevamos varias horas viajando por la ruta 40 y esto es, sencillamente un regalo. Ya estacionados al costado del camino no parece haber nadie con las famosas frutas. Provoca un poco de desconcierto: será una broma capaz? O acaso una venta antigua que dejó ese cartel plantado? De bronca y de pura bronca nos pusimos a tocar bocina por no encontrar las delicias del sur. Ya habíamos decidido proseguir cuando de pronto escuchamos a alguien que nos llama a los gritos:    __ quieren comprar? Era como el eco que se pierde entre la inmensidad del paisaje…
__De dónde viene esa voz? pregunta mi marido.         Con gran asombro vemos llegar al vendedor en un viejo bote y había hecho un gran esfuerzo para cruzar el río… Al fin nos muestra una gran sonrisa y la propuesta de «suban yo los llevo»… realmente estábamos más que sorprendidos y nos subimos a ese batel descascarado e inestable. No era un gran trayecto pero resultó largo porque tenía miedo de caerme… Así que iba tomándome de los bordes mientras los hombres conversaban de fútbol. Al pisar tierra como Cristóbal pudimos disfrutar de esas plumas de agua que besaban el césped natural, ver los troncos cruzados y los blancos gansos corriendo con sus alas semiabiertas. Había una cabaña de cuentos con la chimenea prendida y los gatos ronroneando dando saludos de bienvenida. Realmente todo de ensueño… Había una gran olla en el fuego con leña. La pulpa roja borboteaba despediendo un suave aroma… Cuántas ganas de robar un pedazo de esa paz para seguir adelante con el destino planeado. Nos convidaron mate y pan casero. Pudimos recorrer el lugar sintiendo la tierra mojada bajo nuestros pies… Las nubes cubrían el cielo y amenazaba con seguir lloviendo indefinidamente… Decidimos continuar viaje aunque nos hubiera gustado dormir cerca del fuego soñando con un pequeño paraíso propio dentro de la Patagonia argentina.

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