Chiara se detuvo en el coche, el motor aún zumbando suavemente mientras el sol comenzaba a ponerse tras los castaños en la calle de Palermo. Las hojas brillaban doradas, y el aire olía a tierra y melancolía. Era un lugar que había compartido con Michele, un amor que floreció entre risas y susurros en ese mismo coche. Mientras se sentaba allí, las memorias inundaron su mente. Recordó aquellas noches cálidas de verano, cuando él la sorprendía con una botella de vino y dos copas de cristal. Pasaban horas hablando de sus sueños, de viajes por el mundo y de la vida que construirían juntos. Cada risa, cada mirada, se sentía eterna, como si el tiempo se detuviera solo para ellos. Pero el tiempo, a veces, es cruel. Michele había partido demasiado pronto, dejando un vacío que Chiara no sabía cómo llenar. Aquella tarde, los recuerdos la golpeaban con fuerza. Cerró los ojos y pudo sentir su presencia. Él siempre le decía que esos castaños eran testigos de su amor, como si la naturaleza misma hubiera sellado su historia. Lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas mientras pensaba en la última vez que estuvieron juntos. Habían discutido sobre cosas triviales, como la elección de un restaurante. Ella había salido enfadada del coche, sin saber que era la última vez que lo vería. La culpa la consumía, y en ese instante, el dolor era insoportable. Chiara abrió los ojos y miró a su alrededor. En el asiento del copiloto, aún quedaba la chaqueta de Michele, impregnada de su aroma. Tomó la prenda con fuerza, como si pudiera aferrarse a su recuerdo. “Te extraño”, murmuró, dejando que la tristeza se desbordara. De repente, el viento sopló suavemente, trayendo consigo el eco de una risa lejana. Era como si Michele estuviera allí, alentándola a dejar ir un poco del dolor. Chiara comprendió que, aunque la pérdida siempre estaría presente, su amor no debía convertirse en un lamento, sino en un homenaje a lo que vivieron. Secó sus lágrimas y encendió el motor. Sabía que debía seguir adelante, llevando consigo la esencia de Michele. Mientras se alejaba, el coche avanzaba por las calles de Palermo, dejando atrás no solo recuerdos, sino también la promesa de que el amor nunca se desvanece, solo se transforma.

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