La madrugada era fría, y Marta esperaba en el aparcamiento a sus pasajeros de BlaBlaCar. Había quedado con tres personas para un viaje a la costa, y ya había recibido los mensajes habituales de confirmación. Pronto aparecieron. Primero llegó Pablo, un joven hablador con una mochila enorme. Luego, Laura, que se disculpó por el ligero retraso. Finalmente, un tipo llamado Víctor, que llevaba un termo gigante y una sonrisa confiada. Todos subieron y partieron rumbo al destino compartido.

El viaje comenzó tranquilo, con Marta al volante y los pasajeros intercambiando frases típicas sobre el tráfico y la meteorología. Pero a la media hora, la charla se desvió hacia una discusión divertida sobre las rarezas de los viajes compartidos. Pablo confesó que su peor experiencia había sido viajar con alguien que había llenado el coche de comida picante. Laura contó que una vez se había quedado dormida y despertó en una ciudad equivocada.

Víctor, en cambio, se mostró pensativo, como si estuviera buscando una anécdota memorable para compartir. Finalmente, comentó, casi con nostalgia: «A mí lo más raro que me ha pasado es que una vez confundí el coche en el que me subí. Me di cuenta a medio camino, cuando el conductor empezó a hablar de su trabajo, que no coincidía con el que había descrito en la aplicación. Fue bastante embarazoso».

Todos rieron, y Marta no pudo evitar hacer una broma sobre las distracciones. Sin embargo, la conversación derivó en una curiosa competencia sobre quién traía el mejor aperitivo para el viaje. Pablo sacó una bolsa de frutos secos, Laura unas galletas de chocolate, y Víctor, triunfante, abrió su termo y ofreció café recién hecho.

Marta, entretenida, tomó un sorbo del café de Víctor y, entre risas, comentó: «Bueno, ya veo quién ganó esta vez». Pero, justo entonces, un mensaje apareció en el móvil de Marta, sostenido en el soporte del coche. Era de otro pasajero: «Perdón, Marta, estoy en el aparcamiento, ¿cuándo salimos?».

Marta se quedó perpleja, y los tres pasajeros miraron el mensaje sin comprender. Laura fue la primera en hablar, con una sonrisa pícara: «Oye, Víctor, ¿seguro que no te has confundido de coche otra vez?». Víctor miró el mensaje, luego a Marta, y se echó a reír, encogiéndose de hombros. «¿Tercera vez en un año? Bueno, al menos esta vez el café lo traje yo».

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