Mi Rey, levantado de las ligaduras de la muerte, antes fue golpeado sin origen alguno. Lágrimas, cristalinas lágrimas escalan el rostro del ajeno hermano, propia de si misma a su vez. ¿Por qué he de llorar? Mi Salvador ha muerto por mí. Cuán amor puro e infinito me ha entregado. Golpeado y arrebatado de su vida. Apedreado con la mano de la mentira y la traición, azotado con el desprecio de un alma obscura. Ignorado frente a su escudo de la verdad, su amor en defensa no fue contemplado. La ceguedad nuestra lo ha lastimado profundamente. ¿Todavía he de reconsiderar nuestra lejanía a tan varón en dicha de amor a por usted? A por mí, a por mí mi Señor. A por nosotros.

Mi Salvador, varón perfecto por debajo y sobre el cielo, entre esquinas violentadas y pasadizos resguardados. Paz del brillo a su esencia y naturalidad. ¿Quién he de describirlo en perfección? Mas, perfecto tan solo una palabra con millones de las suyas descripciones reflejadas de su alma. ¿Cuál comparación? No la hay mi Salvador.

Palabra acortada en tembladeras me hallo, sonido silencioso he de tragarme, no hay justificación para alejarme. Cuando usted, únicamente lo que ha hecho es amarme. 

En Getsemaní la sombra de su expiación abrazó el universo, cual universo que ya se hallaba a oscuras distantes de una brillantez rectitud. Nosotros dormíamos en milenarias futuras, ellos en sueños se regocijaban, doce fueron los que lo seguían, doce después no lo abrazaron, tampoco yo mi Señor, usted me necesitaba, usted sin ángeles que lo sostuvieran, a petición del plan no fue sostenido. ¡Sufrió solo! Mas usted mi Señor aceleraba la verificación de su existencia entre dolores y llantos, entre clamores de soledad, sus poros fueron abiertos, de sangre cubiertos, su vida prontamente he de haberse consumido… No, no merecemos su amor mi Señor, desobedientes somos, entonces he de confesarle mi Señor:

Siete fueron los mundos, puente medido de orgullo, radiante antes mis ojos su luz se presenció, huellas desesperadas con hambre de perdón, rodillas cicatrizadas buscando salvación, nueve años tuve, quince años tuve, veinte año tuve, treinta años tendré, cincuenta años ¿vendrán?, ochenta años… mi tiempo indefinido jamás a primera escalera merecedora se subirá, usted me entregó todo, yo debo hacerlo, tiempo aún hay, entonces a mil kilómetros he de poder ver al fin aquella escalera merecedora, tan siquiera.  

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