Recogimos a la chica justo en una curva en el margen derecho de la carretera. Cuatro los pasajeros más el conductor y BlaBlaCar el punto de encuentro.

Tres chicos y dos chicas. El silencio después del saludo inicial resultó incómodo, hasta que pasados unos minutos, la conversación empezó a fluir de manera natural. Soy fulanito de tal y voy a tal sitio por estudios o por trabajo. Tampoco prestas mucha atención porque sabes que estos compañeros de viaje improvisados dejarán de formar parte de tu vida, al final del trayecto.

La última en subir, apenas había susurrado un buenas noches, al tomar asiento al lado del conductor.

Hechas las presentaciones , ella comentó

-Me llamo Eva. No me gusta conducir, debe ser que tengo algún mal recuerdo de alguna de mis vidas pasadas. Tampoco me fio mucho de cualquiera que lleve el volante. Dicen que para superar tus miedos lo mejor es enfrentarse a ellos y BlaBlaCar es desde luego un reto superlativo . Ya es hora de liberarme de ataduras imaginarias.

Desde el asiento trasero no podía ver bien su rostro, difuminado por la oscuridad y el reflejo de las luces de la calzada. Olía a caléndula. Vestía de oscuro, estilo gótica, melena azabache.

Creo que no fui la única en sentir un frío intenso en el mismo momento en que ella ocupó su asiento.

Un par de horas después Eva pidió parar en una estación de servicio. No la volvimos a ver. No contestaba al móvil. Revisamos baño y cafetería. Nadie del lugar parecía haberla visto.

Confundidos por el extraño proceder de la enigmática chica y sin encontrar rastro alguno de ella, continuamos por la misma carretera, hasta que unos agentes con señalizaciones luminosas nos obligaron a detener la marcha e identificarnos. Se interesaron por la persona que debía ocupar el asiento del copiloto. No sé los demás pero a mí hasta tragar saliva me costaba un mundo. Los minutos se hicieron eternos. Uno de ellos con gesto serio escribió algo en un cuaderno. Lo arrancó y me lo entregó. No podía creerlo. Me tapé la cara con las manos, sonreí después de recuperar el aliento. Había dibujado un muñeco, que reconocí al momento y dos palabras en negro.

Miré mi reloj, 28 de diciembre. Mientras el resto carcajeaba entre aspavientos, la chica perdida salió del supuesto coche oficial. Menos mal pensé para mis adentros.

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