Un 2 de noviembre, una tarde normal de otoño, los colores del naranja oscuro y el espesor de la niebla, un viaje corto, a la vez especial y llenó de nostalgia. Naranja, blanco y morado, los colores de las flores que debemos subir en el portaequipaje para llevar al panteón. La última indicación de mi madre fue que debíamos llenar el recipiente de pánfilo (el gato) con comida y agua antes de salir, mi hermano Miguel sin poner atención dijo, -sí, ahora lo hago-

Mis padres llevaron bebidas para escuchar historias de los que yacen en su tumba, como si estuviesen ahí por un día. Es hora dijo mi madre, llamando a todos, íbamos mi hermano Miguel, mi hermana más pequeña Carolina y mis padres, en el viaje hacemos dos paradas; en un panteón visitamos la tumba de mi abuela Rosita y en otro, la tumba de mi abuelo Cornelio. 

Salimos despacio, escuchando música apacible, en el camino mi padre con júbilo comenzó a contar la historia de mis abuelos, dos amantes del campo en el que crecieron, de pronto, escuchamos chirridos en la parte trasera, no prestamos mucha atención pues, a veces la camioneta hacia esos ruidos, bromeando dijo mi hermano, -quizá es mi abuela Rosita a quien no le gusta como cuentas la historia- todos reímos, y seguimos el camino al segundo panteón.

-A mi padre le encantaba el tequila aunque no llevo ahora su favorito pues, es mucho más caro-, dijo mi padre entre riendo. De pronto escuchamos golpes en el portaequipaje, como gritos que apenas podían oírse, todos quedamos en silencio, sin embargo el ruido fue más fuerte, bajamos el asiento con temor, y de pronto una silueta cubierta con suéter sin cabeza salió del portaequipaje, mi hermano saltó del susto, mi madre gritó con fuerza al igual que mi padre y como pudo detuvo el auto y todos salimos corriendo, fue Carolina que se nos olvido en la camioneta y quien riendo dijo -¿hey panfilo eres tú?, quitó el suéter y era pánfilo a quien Miguel olvidó dejar su alimento y este se subió sin darnos cuenta. ¡Uff! que susto nos has dado panfilo, después de una serie de risas, volvimos al auto a terminar nuestra segunda parada, dejamos las flores, tomaron tequila y regresamos a casa, una odisea fugaz, un recuerdo con la presencia del pasado, con nostalgia del presente, y el retorno a la incertidumbre de nuestro eterno viaje.

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