Querencia peregrinada a coro

Querencia peregrinada a coro

Marc

14/10/2024

Yo tenía diecinueve años y cada dos viernes hacía la misma ruta procesional de Madrid a Vigo para ver a mi primer gran amor. Por pesado que fuera hacerlo, siempre aprecié todo lo que envolvía a la peregrinación en autobús de ida del viernes y el amargo retorno del domingo noche, anegándome en su conformación fugitiva. Pero el doliente dulzor de la rutina establecida se dio por vez última un viernes de febrero en un coche compartido. Él ya no sabía si verdaderamente me quería y yo no podía hacer menos que acudir en su compañía para intentar aplacar algo que yo desconocía ya estaba marchito.

Seríamos tres compañeros de viaje, cuatro quizás, pero de quien siempre me acordaré es del conductor del que a día de hoy no recuerdo su nombre. Él llevaba haciendo la misma peregrinación que yo desde hacía ocho años para ver a su novia. En sus palabras no había resquicios de resentimiento ni indicios de un futuro sombrío, todo era para él una rutina primorosamente aceptada, y a su discurso yo quería renunciarme como si esperase un conjuro de videncia divina y alentadora para una realidad que para mí ya estaba dispuesta.

Era inevitable pasar por el manto blanco de los febrerinos campos castellanos y no pensar en ellos como la metáfora de la futura tierra yerma de mi relación o enfocar mi mirar en la permanencia del amor del conductor, aguardando el júbilo renacido de la expectante primavera. Recuerdo yo aferrarme a una analogía similar atravesando la gasa lluviosa de Ourense. Entonces, este tanto podría ser un signo agorero que presagiaba mi futuro luto, como podía ser un cántico de vida que alimentaba un hálito renovador para mi conductor.

Recuerdo poco de él más allá de su historia animosa, de su franqueza y de sus cejas pobladas. Por recordar, no recuerdo ni su nombre, pero lo que no puedo olvidar es la angustia de mi corazón ni el abrazo del mismo trayecto que tantas veces había hecho en solitario, ahora, a tanto tiempo pasado, imbuido de una belleza privada en la que un retorno a Vigo siempre estaría mezclado con la memoria de la querencia más juvenil y de una manera particular de sentir el camino.

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