A media mañana, el coche salió rumbo a la costa, viajaban cuatro personas, más el conductor. Cuando habían recorrido unas pocas decenas de kilómetros, uno de los pasajeros sentado atrás, se mostró inquieto, algo olía muy mal, incluso le ardía la nariz, trató de soportarlo respirando por la boca; lo mismo ocurrió con el pasajero que iba sentado en medio, fruncía las cejas por lo mal que olía, él también hizo un esfuerzo para expulsar el aire por la boca. Con el tercer pasajero, sucedía lo mismo, percibía el desagradable olor y hacía como que acariciaba su rostro, pero en realidad se secaba el sudor. El primero pensó en silencio: “este guarro que está a mi lado es un indecente, si tiene problemas de gases, no debió viajar”. El que estaba sentado en medio pensaba: “yo no soy el que huele mal, por lo tanto, tiene que ser alguno de estos dos” y el tercer pasajero, a su vez, se lamentaba la mala suerte de tener que viajar con él. Algunos kilómetros más adelante, el del lado derecho preguntó al conductor: “¿Señor, podría abrir un poquito la ventanilla?”, este respondió: “Sí, por supuesto, pero le advierto que hace frío”, bajó el cristal de la ventanilla y, habiendo recorrido un corto trecho, el del otro lado, le solicitó al conductor el mismo favor. Al entrar el aire por los dos costados, la fetidez reinante; es decir, el mal olor, pareció juntarse en medio del vehículo y el que estaba sentado en ese lugar pensó mil y una palabrotas: ¡Cochinos, si no están acostumbrados a viajar en coche, que viajen en metro! Fue un viaje infernal. Los tres repudiaban al que creían responsable de tal pestilencia. Sudaban y trataban de moverse, pero era imposible hacerlo sin molestar al que estaba al costado. Afortunadamente para ellos, cuando ya la paciencia se agotaba y las acusaciones se apresuraban en concretar una segura trifulca, llegaron al punto de destino. Bajaron de inmediato y dieron varios pasos apurados para alejarse del vehículo. Había sido un viaje asqueroso y para nada repetible. Al despedirse, el conductor, a modo de adiós, dijo levantando algo la voz: “Señores, si durante el viaje han sentido un pequeño mal olor, les pido disculpas, un amigo me regaló comida para mi perro y olvidé sacarla del coche, acabo de recordarlo al ver a ese perro de allá, asumo que ya estará podrida”.
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